Quienes hemos tenido el honor de representar a nuestra provincia en la Cámara Alta, conocemos que en las listas electorales para el Senado el orden alfabético de los apellidos juega un papel importante a la hora de determinar qué candidatos obtendrán un mayor número de votos.
La razón es muy sencilla: en las papeletas electorales, las candidaturas al Senado por cada partido se ordenan alfabéticamente. El ciudadano tiene la potestad de marcar hasta tres de los candidatos si bien, en un número casi constante de casos, hay quienes creen que marcando al primero de la candidatura de un determinado partido ya vota a toda ella, lo que provoca que este reciba un mayor número de apoyos que sus otros dos compañeros de lista electoral.
No sería, por tanto, de extrañar, que a la vista del innecesario alarde de feminismo que ha venido haciendo el Gobierno en los últimos días, desde una paranoia política que debe preocuparnos, aquellos padres que fuesen previsores y que desde la más tierna infancia descubriesen valores dialécticos en sus hijos, escogiesen para ellos, como primer apellido, el del progenitor que se iniciase por la letra más cercana a la “a”.
Con tal decisión le garantizarían un buen puesto de salida y quién sabe si la posibilidad de ganarse la vida en política gracias a su apellido.
Les comento esto irónicamente porque sólo ironía merece el despliegue mediático realizado por el Ejecutivo para lanzar una propuesta de medida –que ya han tenido que modificar-, que nos han querido vender como socialmente igualitaria y antidiscriminatoria entre el hombre y la mujer cuando prácticamente no han transcurrido dos semanas desde que Zapatero decidiese poner punto y final al experimento del Ministerio de Igualdad.
Aunque no sólo tratamiento irónico merece el Gobierno. Se hace acreedor a algo más. A ser descalificado públicamente por plagio y usurpación de derechos de autor, amén de por demagogo y falto de rigor legislativo.
La Ley 40/1999, de 5 de noviembre, elaborada durante el primer mandato del Partido Popular, modifica el artículo 109 del Código Civil estableciendo en su artículo primero que “el padre y la madre de común acuerdo podrán decidir el orden de transmisión de su respectivo primer apellido, antes de la inscripción registral”, para añadir, unas líneas después, que “el hijo, al alcanzar la mayoría de edad, podrá solicitar que se altere el orden de los apellidos”.
Pero es que, además, en la exposición de motivos se recoge, entre otros argumentos, que “es, por tanto, más justo y menos discriminatorio para la mujer permitir que ya inicialmente puedan los padres de común acuerdo decidir el orden de apellidos de sus hijos...”.
Por ello que resultase penoso escuchar a José Antonio Alonso, antiguo juez y posteriormente ministro de Interior, y ahora portavoz de los socialistas en el Congreso, defender la “novedosa” iniciativa de su partido, sin tan siquiera sonrojarse e, incluso, promoviendo que en caso de no ponerse de acuerdo los padres, la decisión correspondiese a de la Administración, mediante el orden alfabético.
O que fuesen patéticas las declaraciones de la secretaria de Política Internacional y Cooperación del PSOE, Elena Valenciano, la cual, argumentando que tenía hijos de distintos padres, defendiera la propuesta en el sentido de “me hubiera gustado mucho que tuvieran como primer apellido el mío, eso les identificaría mucho más como hermanos...”, como si las afinidades se midiesen en orden gramatical y no afectivo.
Una vez más, los socialistas españoles llegan tarde y mal a su cita con los ciudadanos y cuando lo que toca es solucionar la situación crítica que vive el país, ellos se enredan en estos juegos de artificio con los que demuestran que ni tan siquiera conocen la Ley -¿dónde le dieron la toga, señor Alonso?-, o, si la conocen, no tienen escrúpulos en intentar plagiarla en beneficio propio.
Quédese tranquilo el editor de este medio que no me cambiaré el orden de los apellidos echándole por tierra su plantilla. Lo que sea o deje de ser no depende de que me apellide Bellido o Muñoz en uno u otro orden, sino de que quienes así se apellidaban, mis padres, supieran o no transmitirme una serie de valores que yo, a su vez, supiese o no integrar en mi mapa ético. Lo demás, basura demagógica para consumo de unos pocos.
La razón es muy sencilla: en las papeletas electorales, las candidaturas al Senado por cada partido se ordenan alfabéticamente. El ciudadano tiene la potestad de marcar hasta tres de los candidatos si bien, en un número casi constante de casos, hay quienes creen que marcando al primero de la candidatura de un determinado partido ya vota a toda ella, lo que provoca que este reciba un mayor número de apoyos que sus otros dos compañeros de lista electoral.
No sería, por tanto, de extrañar, que a la vista del innecesario alarde de feminismo que ha venido haciendo el Gobierno en los últimos días, desde una paranoia política que debe preocuparnos, aquellos padres que fuesen previsores y que desde la más tierna infancia descubriesen valores dialécticos en sus hijos, escogiesen para ellos, como primer apellido, el del progenitor que se iniciase por la letra más cercana a la “a”.
Con tal decisión le garantizarían un buen puesto de salida y quién sabe si la posibilidad de ganarse la vida en política gracias a su apellido.
Les comento esto irónicamente porque sólo ironía merece el despliegue mediático realizado por el Ejecutivo para lanzar una propuesta de medida –que ya han tenido que modificar-, que nos han querido vender como socialmente igualitaria y antidiscriminatoria entre el hombre y la mujer cuando prácticamente no han transcurrido dos semanas desde que Zapatero decidiese poner punto y final al experimento del Ministerio de Igualdad.
Aunque no sólo tratamiento irónico merece el Gobierno. Se hace acreedor a algo más. A ser descalificado públicamente por plagio y usurpación de derechos de autor, amén de por demagogo y falto de rigor legislativo.
La Ley 40/1999, de 5 de noviembre, elaborada durante el primer mandato del Partido Popular, modifica el artículo 109 del Código Civil estableciendo en su artículo primero que “el padre y la madre de común acuerdo podrán decidir el orden de transmisión de su respectivo primer apellido, antes de la inscripción registral”, para añadir, unas líneas después, que “el hijo, al alcanzar la mayoría de edad, podrá solicitar que se altere el orden de los apellidos”.
Pero es que, además, en la exposición de motivos se recoge, entre otros argumentos, que “es, por tanto, más justo y menos discriminatorio para la mujer permitir que ya inicialmente puedan los padres de común acuerdo decidir el orden de apellidos de sus hijos...”.
Por ello que resultase penoso escuchar a José Antonio Alonso, antiguo juez y posteriormente ministro de Interior, y ahora portavoz de los socialistas en el Congreso, defender la “novedosa” iniciativa de su partido, sin tan siquiera sonrojarse e, incluso, promoviendo que en caso de no ponerse de acuerdo los padres, la decisión correspondiese a de la Administración, mediante el orden alfabético.
O que fuesen patéticas las declaraciones de la secretaria de Política Internacional y Cooperación del PSOE, Elena Valenciano, la cual, argumentando que tenía hijos de distintos padres, defendiera la propuesta en el sentido de “me hubiera gustado mucho que tuvieran como primer apellido el mío, eso les identificaría mucho más como hermanos...”, como si las afinidades se midiesen en orden gramatical y no afectivo.
Una vez más, los socialistas españoles llegan tarde y mal a su cita con los ciudadanos y cuando lo que toca es solucionar la situación crítica que vive el país, ellos se enredan en estos juegos de artificio con los que demuestran que ni tan siquiera conocen la Ley -¿dónde le dieron la toga, señor Alonso?-, o, si la conocen, no tienen escrúpulos en intentar plagiarla en beneficio propio.
Quédese tranquilo el editor de este medio que no me cambiaré el orden de los apellidos echándole por tierra su plantilla. Lo que sea o deje de ser no depende de que me apellide Bellido o Muñoz en uno u otro orden, sino de que quienes así se apellidaban, mis padres, supieran o no transmitirme una serie de valores que yo, a su vez, supiese o no integrar en mi mapa ético. Lo demás, basura demagógica para consumo de unos pocos.
ENRIQUE BELLIDO