En estos días nos ha pillado un poco con el pie cambiado el cambio de Gobierno del presidente Zapatero. Es lo que toca después de una huelga general: en algo tiene que notarse. Hay a quien le ha parecido poca cosa, porque querían la dimisión del presidente, y supongo que habrá a quien le haya parecido demasiado, porque estuvieran de acuerdo con lo que había.
A mí me ha parecido lógico, porque las crisis y las huelgas tienen sus víctimas y sus chivos expiatorios. No me voy a meter con los que salen, porque no es cosa, y tampoco voy a criticar a los que entran. Habrá que darles su tiempo para que hagan algo –o no lo hagan- antes de darles caña.
La gran sorpresa la ha dado la -hasta el año pasado- miembro de la dirección federal de IU y alcaldesa de Córdoba por esta misma formación, Rosa Aguilar. Me niego a llamarla “correligionaria” porque no he estado nunca en su onda, de tantas como hay en nuestra santa casa.
Ya dio el gran campanazo cuando dejó la Alcaldía para pasarse con armas y bagajes al Gobierno de la Junta, aunque antes había repicado algo cuando reconoció no haber votado a una de sus concejalas que iba en la lista de su partido para el Senado, y haber votado a una amiga que le merecía más confianza, de las listas del PSOE.
No es ilegal y no sé si será inmoral, pero desde luego, estéticamente es indefendible. O, por lo menos, es indefendible que lo diga en una entrevista. Tampoco es ilegal que se pase del Gobierno municipal al de Andalucía, aunque éticamente es una traición a sus votantes.
Estéticamente es todavía más impresentable, porque, cuando alguien no está de acuerdo con lo que se cuece en su formación política, lo que mandan los manuales de buenas maneras es irse a casa aunque sea por tres cuartos de hora antes de cambiarse de camisa.
Se podrá argumentar que todo el mundo tiene derecho a cambiar de opinión y de bando, y no seré yo quien lo niegue. Lo mismo que admito que todo el mundo tiene derecho a ser tan ambicioso como le pida el cuerpo y a luchar por sus ambiciones. Pero que no se me niegue a mí que lo que se hace por pura ambición personal no está bonito presentarlo como servicio público, y que este tipo de conductas está a años-luz del kalós kai agazós (hermoso y bueno) que propugnaban los griegos de tiempos de Pericles como exigible a los políticos en sus comportamientos.
A mí me ha parecido lógico, porque las crisis y las huelgas tienen sus víctimas y sus chivos expiatorios. No me voy a meter con los que salen, porque no es cosa, y tampoco voy a criticar a los que entran. Habrá que darles su tiempo para que hagan algo –o no lo hagan- antes de darles caña.
La gran sorpresa la ha dado la -hasta el año pasado- miembro de la dirección federal de IU y alcaldesa de Córdoba por esta misma formación, Rosa Aguilar. Me niego a llamarla “correligionaria” porque no he estado nunca en su onda, de tantas como hay en nuestra santa casa.
Ya dio el gran campanazo cuando dejó la Alcaldía para pasarse con armas y bagajes al Gobierno de la Junta, aunque antes había repicado algo cuando reconoció no haber votado a una de sus concejalas que iba en la lista de su partido para el Senado, y haber votado a una amiga que le merecía más confianza, de las listas del PSOE.
No es ilegal y no sé si será inmoral, pero desde luego, estéticamente es indefendible. O, por lo menos, es indefendible que lo diga en una entrevista. Tampoco es ilegal que se pase del Gobierno municipal al de Andalucía, aunque éticamente es una traición a sus votantes.
Estéticamente es todavía más impresentable, porque, cuando alguien no está de acuerdo con lo que se cuece en su formación política, lo que mandan los manuales de buenas maneras es irse a casa aunque sea por tres cuartos de hora antes de cambiarse de camisa.
Se podrá argumentar que todo el mundo tiene derecho a cambiar de opinión y de bando, y no seré yo quien lo niegue. Lo mismo que admito que todo el mundo tiene derecho a ser tan ambicioso como le pida el cuerpo y a luchar por sus ambiciones. Pero que no se me niegue a mí que lo que se hace por pura ambición personal no está bonito presentarlo como servicio público, y que este tipo de conductas está a años-luz del kalós kai agazós (hermoso y bueno) que propugnaban los griegos de tiempos de Pericles como exigible a los políticos en sus comportamientos.
PEPA POLONIO