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Protesta contra el aborto

Se ha celebrado en Sevilla un congreso “abortista” (el uso del lenguaje no es neutral) que hubiera pasado desapercibido si no fuera por el “ruido” que han originado los que están en contra de una práctica que lleva más de 30 años legalizada en nuestro país.

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Alrededor de 5.000 personas -según los organizadores-, o 2.500 -en cifras del Centro de Coordinación Operativa (CECOP) del Ayuntamiento hispalense-, se manifestaron la semana pasada contra la celebración del IX Congreso de Profesionales del Aborto y la Contracepción, convocados por más de 60 colectivos antiabortistas, entre los que destacan la Comunión Tradicionalista Carlista, el Arzobispado, hermandades y cofradías de la ciudad, la Fundación de Escuelas Parroquiales de Sevilla y un amplio apoyo en los medios de comunicación local afines.

Incluso se realizó una vigilia en una iglesia de la capital a instancias de la Archidiócesis, se distribuyó una pastoral proclamando un “rotundo sí a la vida”, se realizó una adoración silenciosa en otra iglesia en “desagravio” a la afrenta, se pidió el boicot a las familias españolas contra la empresa hotelera por facilitar la celebración del congreso y se fletaron autobuses desde Antequera, Ávila, Córdoba, Granada, Jaén, Mancha Real, Pamplona, Linares, Madrid y Málaga para expresar un contundente “rechazo al aborto”, mediante lemas tales como “Sevilla, capital de la vida” o “Sevilla, contra el aborto”.

Que profesionales sanitarios se reúnan para compartir y actualizar conocimientos es harto frecuente en Medicina. Incluso los que debaten sobre cuidados paliativos organizan sus foros sin que ello despierte tan duro enfrentamiento, aún cuando la proyección mediática multiplique una importancia de la que carecen en la atención de la gente.

Pero esta protesta contra el aborto en Sevilla ha desbordado los límites del sentido común, aunque haya servido para conocer a cada parte, donde un grupo de 3.000 personas, traídas incluso de otras provincias, no representa siquiera al colectivo de feligreses que, dentro de la Iglesia, se sienten incómodos con posturas intransigentes y trasnochadas.

El aborto es, en todo caso, una decisión difícil y extrema de la mujer, en la que se mezclan consideraciones mucho más allá de las simplemente médicas. Convergen aspectos personales, médicos, morales y filosóficos.

Pero, dando por sentado de que no existe ninguna actividad humana ajena a planteamientos ideológicos, impedir lo que es una práctica a escala mundial para la interrupción voluntaria del embarazo por consideraciones religiosas sería anteponer las creencias a la ciencia.

Se trata de una cuestión muy respetable en quienes, en su ámbito particular, así lo asumen. Pero tratar de imponerlo al resto de la sociedad, promoviendo todo tipo de coacciones, es intolerable. Tal actitud, además, resta autoridad a los detractores del aborto por faltar el respeto a seres adultos que difieren de ellos.

Los que se dicen defensores de la vida no aceptan el libre pensamiento que surge de la inteligencia en individuos plenamente desarrollados y en plenitud de sus facultades. Parece que prefieren hacer batalla de un embrión.

Nada que objetar si, en sentido recíproco, esos detractores vociferantes, con o sin máscara, respetaran a los que consideran que las células de la mórula del inicio de una gestación, en su etapa embrionaria, aún no es un ser humano en sentido legal ni biológico.

Es una disquisición filosófica que se instrumenta moralmente. Y la moral sirve para guiar nuestras conductas, no para ser impuesta a la fuerza. ¿Que usted está en contra del aborto? No aborte, nadie le obliga. Pero no impida que los demás piensen lo que quieran y actúen en concordancia con las leyes y con la ciencia. Ésa es la diferencia.
DANIEL GUERRERO
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