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Los Pilares de la Tierra

En estos días se reúnen varias circunstancias que han vuelto a poner de moda una de las novelas más interesantes que servidor de ustedes ha leído jamás: Los Pilares de la Tierra. La emisión de una serie televisiva dirigida por Ridley Scott (muy distante, por cierto, de la calidad del libro, como siempre), la publicación de la primera parte de una nueva trilogía del autor, Ken Follet y, por mi parte, la casi finalización de la segunda parte de la novela, Un mundo sin fin. Las magníficas descripciones de la sociedad inglesa de los siglos XIII y XV me han hecho reflexionar y, comparados esos años con los que nos toca vivir, he concluido que no hemos avanzado absolutamente nada.

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FOTO: A.Z.R.

Cierto es que tenemos Internet, televisión digital, teléfonos móviles y hasta tazas del wáter con chorrito limpiador incluido. Nos movemos extraordinariamente rápidos, gracias a los automóviles, los trenes y los aviones.

Podemos comunicarnos con cualquier habitante del planeta y pronto lo haremos con los de otros planetas –aunque se ha desmentido, estoy convencido de que el nombramiento de una embajadora de la ONU para contactos con extraterrestres es ya una propuesta seria-.

Sin embargo, en nuestro mundo moderno siguen existiendo las castas privilegiadas, y el pueblo ignorante y supersticioso que acata las órdenes sin apenas discutirlas, descontento pero conformista si dispone de un trozo de pan y una jarra de cerveza.

El clero, evidentemente, no pinta nada –o casi nada-, pero su lugar ha sido tomado por los políticos –especialmente, discúlpenme por la incorrección política, por la izquierda vaga y doctrinaria que nos ataca con mensajes tan inútiles como vacuos-.

La nobleza no tiene tampoco un papel relevante, pero también ha sido sustituida por un nuevo cuerpo de caballeros que imponen su fuerza y sus deseos al resto de la población: los sindicatos “de clase” –siempre me he preguntado qué significaba esto, o más bien, a qué clase pertenecen esos sindicatos; para no herir susceptibilidades, de momento no daré mi respuesta a este interrogante-.

La prueba de lo que digo está en que durante una ridícula huelga general, muchos trabajadores no pudieron acceder a sus centros de trabajo, bien por agresiones directas o bien por sabotajes en las instalaciones –para quien me diga que muchos trabajadores no pudieron hacer la huelga por coacciones de los empresarios, les diré: el empresario, al menos, reconoce que su lucha es su empresa, y su beneficio es personal; los otros, sin embargo, te parten las lunas del camión en defensa de tus derechos, te cierran con silicona la puerta de tu oficina en defensa del salario que no podrás cobrar ese día, y te llaman "asesino" y "fascista" en nombre de la libertad que no te dejan ejercer si lo que quieres es, simplemente, trabajar-.

Al igual que Gwenda se vio constantemente sometida a la crueldad de Sir Ralph; lo mismo que Merthin y Caris fueron doblegados constantemente por las ordenanzas del prior de Kingsbridge, nosotros nos vemos ahora maniatados por la voluntad de unos políticos que nos engañan y adoctrinan en nombre del Bien Común, y amenazados por las hordas salvajes de sindicalistas que cortan carreteras, queman establecimientos y apedrean camiones.

Y claro, mientras haya fútbol y belenesesteban, el pueblo está jodido, pero entretenido. Y callado. Y supersticioso –“¡sé solidario, sé social, porque si no estarás eternamente condenado a las llamas del capitalismo!”-. Con lo bonito que sería, simplemente, hacer lo que uno deseara sin, por supuesto, fastidiar el vecino. O sea: ser libre. Por cierto: ¿alguien me diría, con un mínimo de credibilidad, cuánta gente fue realmente a la huelga?
MARIO J. HURTADO
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