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La Mezquita del obispo

Cuando se aburre uno de discutir sobre el sexo de los ángeles y las razones por las que un ser creador, omnipotente y con total benevolencia, consistiera la existencia del mal en el mundo, dejando que niños inocentes sufran y mueran por violencia gratuita o enfermedades, se busca entonces una nueva excusa para entretener el tiempo y alimentar divagaciones tan relevantes para el común de los mortales.

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Antes que esclarecer cómo se compadece una sociedad de clases y un sistema económico capitalista, tan contrarios a la igualdad y a la humildad que se pregonan, con una Iglesia que se dice "de los pobres", se preocupa, en cambio, en expresión de su máximo representante en la Diócesis, por unos letreros.

Antes que reivindicar la equidad y la justicia en las relaciones humanas, se centra mejor en pretender cambiar nombres. En vez de contribuir a combatir el hambre y el sufrimiento, denunciando las causas que los provocan, propone como más prioritario modificar unos carteles.

Cuando nadie comulga con estulticias que desangran el rebaño, viene un pastor a exigir nuevos rótulos. Cuando las moscas del sopor revolotean en la conciencia de quien piensa que no existen otros problemas, barruntamos estolideces para matar el tiempo. Eso nos lleva a cualquier cosa menos a respetar la identidad de una construcción y atender a los problemas de los coetáneos, semejantes al prelado en su condición humana, no a su plácida vida.

Cuando el mundo entero conoce a la Mezquita de Córdoba por lo que es, como el más bello tesoro de la época Califal en la Península Ibérica y como Patrimonio Cultural de la Humanidad, el señor obispo, Demetrio Fernández, quiere cambiar los rótulos para que adviertan que en medio de aquel oasis de 1.300 palmeras de mármol, jaspe y granito y los arcos de herradura que los unen, se halla incrustada la Catedral de la Asunción de Nuestra Señora, porque para eso se hizo la reconquista, para derrotar al enemigo y borrar su identidad, su nombre.

Y cuando nadie hace caso a la invectiva, aduce que el objetivo era levantar la polémica. Ignora el prelado que el revuelo ha crecido no por la innecesaria propuesta, sino por cómo pierden el tiempo tales eminencias.
DANIEL GUERRERO
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