Desde que se inició la terrible crisis económica que padece casi todo el planeta, las tertulias radiofónicas y televisivas, los medios de prensa escritos, las barras de los bares y los salones de peluquería, y en definitiva, todo ser humano que se mueve sobre la Tierra especula sin cesar sobre el origen y, cómo no, los culpables de la misma.
No negaré que existe una crisis depresiva de orden mundial –ya digo que pocos son los países, o mejor dicho, pocas las economías, que se libran de ella-, pero sí que afirmo rotundamente que dicha crisis es fundamentalmente de la economía financiera, y sus efectos sobre la economía real –del término latino res, cosa- no se han sentido probablemente en ningún sitio como en España.
Esto sucede, naturalmente, porque lo que ha hecho la crisis financiera mundial ha sido multiplicar y agravar los efectos de una crisis real que ya estaba gestándose en nuestra economía y que, por desgracia, se ha complicado aún más por la ineptitud de un Gobierno y unos responsables públicos cuyo conocimiento de la Ciencia Económica en primer lugar, se reduce “a un par de tardes” –ex ministro Sevilla dixit- y por otro lado, se ha supeditado y subordinado a un concepto tan frágil y vacuo como el de “ideología”.
No voy a entrar ahora en profundidad en todas las razones que han provocado esta lamentable situación que, además de gravísima en cuanto a lo económico, resulta tan extrañamente mansa en lo social; para ello necesitaría un artículo de cientos de páginas que, a ciencia cierta, mis queridos lectores no tendrían tiempo ni ánimo de leer –a no ser que quisieran leerlo por capítulos para coger ese sueñecito reparador que a veces se resiste cuando nos vamos a la cama-.
Pero sí que incidiré en el que es, al menos para mí, el más grave, y que está en el origen de todos los demás problemas, tanto coyunturales como estructurales. Ese hándicap que tiene la economía española y que la diferencia abismalmente de la mayoría de las economías de la zona euro es, sin duda alguna, la formación.
Entiendo por "formación" el conjunto de conocimientos y capacidades que hacen de una persona un buen profesional. Mis bastantes años de experiencia en la docencia para trabajadores y desempleados me han servido para corroborar esta definición y, al mismo tiempo, comprobar empíricamente las auténticas barbaridades que se han cometido a lo largo de los años con el sistema educativo –no sólo con la Educación Primaria, Obligatoria y universitaria, sino también con la Formación Profesional-.
Miren, todos los años tengo la “suerte” de impartir cursos de Contabilidad, por ejemplo, a licenciados en Administración de Empresas que ni siquiera saben hacer un asiento contable. Incluso tuve un caso de un alumno, licenciado en Filología Hispánica, que en cuatro años de carrera ¡no había estudiado ni uno solo de Latín!
Juzguen ustedes si soy yo el raro, o es que el sistema educativo y los planes de estudio se han convertido en un simple sistema “aprueba-exámenes” en lugar de un método para difundir, ampliar y descubrir nuevos conocimientos.
En otra ocasión hablaré de la enseñanza Primaria, que sufro intensamente con mi pequeña de seis años, porque está claro que –como decía mi padre, un tipo genial con las ideas tan claras como parte superior de la cabeza- “los arbolitos, desde chiquititos”.
Pero como conclusión, y dado que se me acaba el espacio, les aseguro que si seguimos así, primando al vago listillo que al esforzado estudioso, estamos convirtiendo España en el país con más ignorantes por metro cuadrado del mundo. Y lo peor es que, como decía el lema de aquella terrible película –en la que sólo resultaba verdaderamente interesante la esbelta figura de Silke-, Nescencia Necat; esto es: la ignorancia mata. Y si no, al tiempo.
No negaré que existe una crisis depresiva de orden mundial –ya digo que pocos son los países, o mejor dicho, pocas las economías, que se libran de ella-, pero sí que afirmo rotundamente que dicha crisis es fundamentalmente de la economía financiera, y sus efectos sobre la economía real –del término latino res, cosa- no se han sentido probablemente en ningún sitio como en España.
Esto sucede, naturalmente, porque lo que ha hecho la crisis financiera mundial ha sido multiplicar y agravar los efectos de una crisis real que ya estaba gestándose en nuestra economía y que, por desgracia, se ha complicado aún más por la ineptitud de un Gobierno y unos responsables públicos cuyo conocimiento de la Ciencia Económica en primer lugar, se reduce “a un par de tardes” –ex ministro Sevilla dixit- y por otro lado, se ha supeditado y subordinado a un concepto tan frágil y vacuo como el de “ideología”.
No voy a entrar ahora en profundidad en todas las razones que han provocado esta lamentable situación que, además de gravísima en cuanto a lo económico, resulta tan extrañamente mansa en lo social; para ello necesitaría un artículo de cientos de páginas que, a ciencia cierta, mis queridos lectores no tendrían tiempo ni ánimo de leer –a no ser que quisieran leerlo por capítulos para coger ese sueñecito reparador que a veces se resiste cuando nos vamos a la cama-.
Pero sí que incidiré en el que es, al menos para mí, el más grave, y que está en el origen de todos los demás problemas, tanto coyunturales como estructurales. Ese hándicap que tiene la economía española y que la diferencia abismalmente de la mayoría de las economías de la zona euro es, sin duda alguna, la formación.
Entiendo por "formación" el conjunto de conocimientos y capacidades que hacen de una persona un buen profesional. Mis bastantes años de experiencia en la docencia para trabajadores y desempleados me han servido para corroborar esta definición y, al mismo tiempo, comprobar empíricamente las auténticas barbaridades que se han cometido a lo largo de los años con el sistema educativo –no sólo con la Educación Primaria, Obligatoria y universitaria, sino también con la Formación Profesional-.
Miren, todos los años tengo la “suerte” de impartir cursos de Contabilidad, por ejemplo, a licenciados en Administración de Empresas que ni siquiera saben hacer un asiento contable. Incluso tuve un caso de un alumno, licenciado en Filología Hispánica, que en cuatro años de carrera ¡no había estudiado ni uno solo de Latín!
Juzguen ustedes si soy yo el raro, o es que el sistema educativo y los planes de estudio se han convertido en un simple sistema “aprueba-exámenes” en lugar de un método para difundir, ampliar y descubrir nuevos conocimientos.
En otra ocasión hablaré de la enseñanza Primaria, que sufro intensamente con mi pequeña de seis años, porque está claro que –como decía mi padre, un tipo genial con las ideas tan claras como parte superior de la cabeza- “los arbolitos, desde chiquititos”.
Pero como conclusión, y dado que se me acaba el espacio, les aseguro que si seguimos así, primando al vago listillo que al esforzado estudioso, estamos convirtiendo España en el país con más ignorantes por metro cuadrado del mundo. Y lo peor es que, como decía el lema de aquella terrible película –en la que sólo resultaba verdaderamente interesante la esbelta figura de Silke-, Nescencia Necat; esto es: la ignorancia mata. Y si no, al tiempo.
MARIO J. HURTADO