En estos días seguramente hayáis visto o leído alguna noticia referida a la Cumbre de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y os hayáis preguntado qué es esto del Milenio. No es futurismo. Los ODM nacieron en el año 2000 cuando 189 líderes mundiales firmaron la Declaración del Milenio, y se comprometieron a reducir a la mitad la pobreza y la desigualdad en el planeta para el año 2015. Por primera vez, se establecieron unas metas y unos indicadores cuantificables para poder evaluar su grado de cumplimiento.
A simple vista, puede parecer una declaración utópica y que involucra exclusivamente a los gobiernos. Pero no. Es un acuerdo que nos compromete a todos y a cada una de las mujeres y hombres que habitamos el mismo trocito de espacio. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio tienen que ser un compromiso cívico de todos, sin excepciones.
De su cumplimiento depende que nos podamos mirar al espejo como sociedad. No podremos llamarnos civilizados si seguimos permitiendo y callando ante la desolación de más de 2.000 millones de almas que viven en la pobreza más indigna posible. Es una vergüenza colectiva que no puede durar más.
Es un consenso de mínimos, pero importantísimo. Las metas son, entre otras, erradicar la pobreza extrema y el hambre, lograr la enseñanza primaria universal, promover la igualdad entre los géneros, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el sida y otras enfermedades y apostar por la sostenibilidad del medio ambiente.
En Andalucía, del 13 al 17 de octubre celebraremos la Semana Contra la Pobreza que, lejos de ser una celebración florero, es la oportunidad que se dan a sí mismas las ONG’D, exportadoras de solidaridad, para hacer entender a los ciudadanos que su apoyo y concienciación son más importantes que los donativos que se dan bajo las luces de Navidad.
La solidaridad y la sensibilidad para con los que sufren no son, ni pueden ser, una fecha en el calendario. Tienen que ser, o no serán, una actitud permanente. Tenemos que hacer en nosotros el cambio que queremos ver. Sólo así edificaremos un mundo donde los mismos no sigan perdiendo contra los de siempre.
Somos la primera generación que podemos erradicar la pobreza en el mundo. Existen recursos suficientes. Los hombres y mujeres que nos comemos la porción de la tarta más jugosa debemos levantar nuestras voces para conseguir que la pobreza sea un mal recuerdo de la historia.
Podemos organizarnos en asociaciones, promover la educación para el desarrollo, incidir en nuestro ayuntamiento o en nuestra empresa para que dispongan partidas económicas a favor de la cooperación al desarrollo; podemos consumir responsablemente, liderar una Feria de Comercio Justo y favorecer, así, la comercialización de los productos de los países del Sur. Podemos, en definitiva, formarnos en política internacional, militar en ONG’D o crear grupos locales de solidaridad.
Es fácil. Sólo basta que pasemos del paternalismo y del sentimiento de pena a la acción. Todos nosotros, desde nuestra cercanía, podemos ser actores del cambio que soñamos en lo colectivo.
Faltan cinco años para evaluar qué hemos conseguido como humanidad. Las razones para empezar ya a corresponsabilizarnos son poderosas: 925 millones de almas pasan hambre; 100 millones de niños y niñas no acuden a la escuela primaria; existen 58 países donde las mujeres sólo ocupan el 10 por ciento de los escaños; 9 millones de criaturas mueren antes de apagar sus cinco velas; 350.000 mujeres fallecen por complicaciones durante el embarazo o el parto; cada día se infectan 7.500 seres humanos con el VIH; y, al año, mueren dos millones de enfermos de SIDA, mientras 884 millones de nuestros semejantes no disponen de acceso al agua potable.
En definitiva, el 80 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB) mundial nos lo repartimos entre 33 países. Los países ricos sólo dedicamos a la Ayuda Oficial al Desarrollo el 0,31 por ciento de los ingresos nacionales, muy lejos del 0,7 por ciento -igualmente mísero-.
Tenemos que acabar con la voluntariedad y asumir que es una obligación en la que nos va la calidad de nuestras sociedades. Debemos ser parte de la solución a este desajuste del mundo. Y es sencillo: haz en ti el cambio que quieres ver. ¡Pobreza Cero!
A simple vista, puede parecer una declaración utópica y que involucra exclusivamente a los gobiernos. Pero no. Es un acuerdo que nos compromete a todos y a cada una de las mujeres y hombres que habitamos el mismo trocito de espacio. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio tienen que ser un compromiso cívico de todos, sin excepciones.
De su cumplimiento depende que nos podamos mirar al espejo como sociedad. No podremos llamarnos civilizados si seguimos permitiendo y callando ante la desolación de más de 2.000 millones de almas que viven en la pobreza más indigna posible. Es una vergüenza colectiva que no puede durar más.
Es un consenso de mínimos, pero importantísimo. Las metas son, entre otras, erradicar la pobreza extrema y el hambre, lograr la enseñanza primaria universal, promover la igualdad entre los géneros, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el sida y otras enfermedades y apostar por la sostenibilidad del medio ambiente.
En Andalucía, del 13 al 17 de octubre celebraremos la Semana Contra la Pobreza que, lejos de ser una celebración florero, es la oportunidad que se dan a sí mismas las ONG’D, exportadoras de solidaridad, para hacer entender a los ciudadanos que su apoyo y concienciación son más importantes que los donativos que se dan bajo las luces de Navidad.
La solidaridad y la sensibilidad para con los que sufren no son, ni pueden ser, una fecha en el calendario. Tienen que ser, o no serán, una actitud permanente. Tenemos que hacer en nosotros el cambio que queremos ver. Sólo así edificaremos un mundo donde los mismos no sigan perdiendo contra los de siempre.
Somos la primera generación que podemos erradicar la pobreza en el mundo. Existen recursos suficientes. Los hombres y mujeres que nos comemos la porción de la tarta más jugosa debemos levantar nuestras voces para conseguir que la pobreza sea un mal recuerdo de la historia.
Podemos organizarnos en asociaciones, promover la educación para el desarrollo, incidir en nuestro ayuntamiento o en nuestra empresa para que dispongan partidas económicas a favor de la cooperación al desarrollo; podemos consumir responsablemente, liderar una Feria de Comercio Justo y favorecer, así, la comercialización de los productos de los países del Sur. Podemos, en definitiva, formarnos en política internacional, militar en ONG’D o crear grupos locales de solidaridad.
Es fácil. Sólo basta que pasemos del paternalismo y del sentimiento de pena a la acción. Todos nosotros, desde nuestra cercanía, podemos ser actores del cambio que soñamos en lo colectivo.
Faltan cinco años para evaluar qué hemos conseguido como humanidad. Las razones para empezar ya a corresponsabilizarnos son poderosas: 925 millones de almas pasan hambre; 100 millones de niños y niñas no acuden a la escuela primaria; existen 58 países donde las mujeres sólo ocupan el 10 por ciento de los escaños; 9 millones de criaturas mueren antes de apagar sus cinco velas; 350.000 mujeres fallecen por complicaciones durante el embarazo o el parto; cada día se infectan 7.500 seres humanos con el VIH; y, al año, mueren dos millones de enfermos de SIDA, mientras 884 millones de nuestros semejantes no disponen de acceso al agua potable.
En definitiva, el 80 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB) mundial nos lo repartimos entre 33 países. Los países ricos sólo dedicamos a la Ayuda Oficial al Desarrollo el 0,31 por ciento de los ingresos nacionales, muy lejos del 0,7 por ciento -igualmente mísero-.
Tenemos que acabar con la voluntariedad y asumir que es una obligación en la que nos va la calidad de nuestras sociedades. Debemos ser parte de la solución a este desajuste del mundo. Y es sencillo: haz en ti el cambio que quieres ver. ¡Pobreza Cero!
RAÚL SOLÍS