Impepinable. A cualquier persona con un mínimo de educación le resulta desagradable y lamentable que un grupo de personas profieran insultos y abucheos a cualquier persona mientras se celebra un acto tan emotivo como el Homenaje a los Caídos que formaba parte de los actos de celebración del Día Nacional de España el pasado 12 de octubre. Como mínimo, es de rigor calificar esos abucheos como de falta absoluta de respeto y de educación. Estoy totalmente de acuerdo.
Ahora viene la parte en que debo avisar a mis dos grupos de lectores: los que acuerdan conmigo y los que no: no me he vuelto políticamente correcto. Dios me libre. Y sigo explicando.
El asunto es que desde el pasado martes todo se ha vuelto a liar y a confundir en una espiral de demagogia tan absurda y ridícula que hasta a mí me produce vergüenza ajena. Sobra decir que esa demagogia por supuesto procede de los afectados por el abucheo. Trataré de decirlo muy claro.
Que un Presidente del Gobierno reciba críticas y abucheos no sólo es normal –y más en el caso concreto- sino conveniente. Todos los presidentes de Gobierno españoles desde tiempos inmemoriales han pecado de lo mismo: de alejarse de la voz de la calle, de no saber qué preocupa al pueblo y, lo más sangrante, de ignorarlo completamente en nombre de –ellos sabrán- los intereses generales del país.
Los abucheos –que sí que los oí, porque eran claros y contundentes- y los gritos pidiendo la dimisión de Zapatero eran, precisamente, para Zapatero. Que yo sepa –y estuve viendo un buen rato el desfile y los actos del día- no se nombró a nadie más: sólo a Zapatero.
Que al día siguiente, la ministra de Defensa –Carmen de mis entretelas, con lo lista y lo capaz que es usted... ¿cómo ha caído en esa trampa?- salga diciendo que es necesario un protocolo para este tipo de actos, raya en el delirio más surrealista y daliniano que se haya conocido tras aquello del acontecimiento planetario de Leire Pajín.
Un protocolo ¿para qué? ¿Para callar la voz de un pueblo descontento, hastiado y enojado? ¿Quiere el Gobierno acaso convertir España es una especie de Corea del Norte, donde es imposible hablar en voz alta del tirano? ¿Zapatero quiere ser Kim Jong Il?
Por otro lado, sería interesante que le preguntaran a Adolfo Suárez, Felipe González, Leopoldo Calvo-Sotelo y José María Aznar qué piensan de eso del protocolo. Todos los presidentes de Gobierno de España desde la restauración de la democracia han sido abucheados e insultados; algunos con especial inquina, como cuando llamaban “asesino” al presidente Aznar.
O incluso al Rey, actual Jefe del Estado, cuya imagen fue quemada en público por grupos de radicales de izquierda en Cataluña. O a Rosa Díez, cuyo único propósito era explicar su propuesta y sus ideas -¿no es eso la democracia?- en una Universidad, para más inri, pública.
¿Qué tal si hablamos también de esas manifestaciones de los anti-globalización, muchachos y muchachas que hacen uso de su libertad de expresión destrozando calles y comercios, incendiando bienes públicos y privados y robando y expoliando escaparates?
Mi querida ministra, desde la admiración y el respeto –y lo digo totalmente (o casi) en serio, le pido un favor: déjese de consignas y de gilipolleces, y empiece a prepararse para optar a la Presidencia del Gobierno. Que se lo van a pedir, por cierto. ¿Un protocolo? Faltaría más...
Ahora viene la parte en que debo avisar a mis dos grupos de lectores: los que acuerdan conmigo y los que no: no me he vuelto políticamente correcto. Dios me libre. Y sigo explicando.
El asunto es que desde el pasado martes todo se ha vuelto a liar y a confundir en una espiral de demagogia tan absurda y ridícula que hasta a mí me produce vergüenza ajena. Sobra decir que esa demagogia por supuesto procede de los afectados por el abucheo. Trataré de decirlo muy claro.
Que un Presidente del Gobierno reciba críticas y abucheos no sólo es normal –y más en el caso concreto- sino conveniente. Todos los presidentes de Gobierno españoles desde tiempos inmemoriales han pecado de lo mismo: de alejarse de la voz de la calle, de no saber qué preocupa al pueblo y, lo más sangrante, de ignorarlo completamente en nombre de –ellos sabrán- los intereses generales del país.
Los abucheos –que sí que los oí, porque eran claros y contundentes- y los gritos pidiendo la dimisión de Zapatero eran, precisamente, para Zapatero. Que yo sepa –y estuve viendo un buen rato el desfile y los actos del día- no se nombró a nadie más: sólo a Zapatero.
Que al día siguiente, la ministra de Defensa –Carmen de mis entretelas, con lo lista y lo capaz que es usted... ¿cómo ha caído en esa trampa?- salga diciendo que es necesario un protocolo para este tipo de actos, raya en el delirio más surrealista y daliniano que se haya conocido tras aquello del acontecimiento planetario de Leire Pajín.
Un protocolo ¿para qué? ¿Para callar la voz de un pueblo descontento, hastiado y enojado? ¿Quiere el Gobierno acaso convertir España es una especie de Corea del Norte, donde es imposible hablar en voz alta del tirano? ¿Zapatero quiere ser Kim Jong Il?
Por otro lado, sería interesante que le preguntaran a Adolfo Suárez, Felipe González, Leopoldo Calvo-Sotelo y José María Aznar qué piensan de eso del protocolo. Todos los presidentes de Gobierno de España desde la restauración de la democracia han sido abucheados e insultados; algunos con especial inquina, como cuando llamaban “asesino” al presidente Aznar.
O incluso al Rey, actual Jefe del Estado, cuya imagen fue quemada en público por grupos de radicales de izquierda en Cataluña. O a Rosa Díez, cuyo único propósito era explicar su propuesta y sus ideas -¿no es eso la democracia?- en una Universidad, para más inri, pública.
¿Qué tal si hablamos también de esas manifestaciones de los anti-globalización, muchachos y muchachas que hacen uso de su libertad de expresión destrozando calles y comercios, incendiando bienes públicos y privados y robando y expoliando escaparates?
Mi querida ministra, desde la admiración y el respeto –y lo digo totalmente (o casi) en serio, le pido un favor: déjese de consignas y de gilipolleces, y empiece a prepararse para optar a la Presidencia del Gobierno. Que se lo van a pedir, por cierto. ¿Un protocolo? Faltaría más...
MARIO J. HURTADO