Todos los hombres y mujeres vivimos con desbordante emoción el momento en el que conocemos los códigos del amor. Uno vibra ante la persona amada, venera su mirar, su sonrisa, su cadencia al hablar e, incluso, transforma lo negativo en virtud. Uno regala al ser amado toda la potencialidad que poseemos: nuestro pasado, nuestro futuro y nuestra razón.
Exteriorizamos nuestra felicidad por el amor hallado. Convocamos a nuestros allegados para comunicarles el porqué de nuestra embriaguez emocional. Nos sentimos únicos entre la multitud. Caminamos buscando la forma de encontrar la manera de perpetuar el hallazgo. Presumimos de conquista y el horizonte se amplía hasta el infinito porque al final del camino es justo el amor lo que todos andamos buscando.
Esta casuística es universal, salvo si la persona a la que amas es de tu mismo sexo. A los homosexuales durante años se les impidió hacer pública su dicha y fueron condenados a vivir la pasión clandestinamente. Cuando un hombre o mujer homosexual sentía las flechas del amor no existía otro camino que no fuera la ocultación.
El destino para quienes amaban lo prohibido era corto: cárcel, palizas, exilio, insultos, humillación, abandono familiar y dolor, mucho dolor. Con la democracia todo cambió. Las leyes que penalizaban la homosexualidad se derogaron y la estigmatización fue, lentamente, disminuyendo hasta llegar a la actual igualdad legal, que no social, por la que un matrimonio entre dos personas del mismo sexo es tan decente como uno de dos personas de distinto sexo.
Todo ha evolucionado menos la derecha, representada por la jerarquía eclesiástica, por el Partido Popular (PP) y por los medios de comunicación propagadores de odio. La derecha de hoy -heredera ideológica y sanguínea del Franquismo que asesinó a Lorca- maltrató y encarceló a quienes no amaban según la norma y sigue despreciando el amor entre dos mujeres o dos hombres.
La derecha, ya en democracia, ha tenido muchas oportunidades de pedir perdón y resarcir a los homosexuales que han sufrido como nadie la brutalidad de su intolerancia. Sin embargo, han elegido continuar abonando el terreno para que los homosexuales sigan siendo humillados y condenados a mantener su amor en los armarios.
El último ejercicio homófobo y dañino del PP ha sido la petición cursada al Consejo Audiovisual de Andalucía para que investigue si aparecen muchos gais en La Banda, el conocido programa infantil de Canal Sur Televisión.
Un partido político que pretende ser alternativa no puede extender el odio y legitimar posiciones discriminatorias que fomentan la violencia física y verbal hacia gais y lesbianas. El Partido Popular debería encontrar la manera para que su moral fundamentalista concuerde con los valores democráticos de nuestra sociedad y con el respeto y la protección a las minorías sexuales, alejándose de su herencia franquista.
Debiera, en un acto de humanismo, situarse cerca del amor y lejos del odio nacido de la ignorancia. Quienes deben modificar sus conductas no son los homosexuales sino los homófobos. Y a quienes hay que investigar es a los homofóbos que niegan el derecho a amar en libertad y que sólo admiten el modelo de sociedad en el que tan sólo caben ellos.
Exteriorizamos nuestra felicidad por el amor hallado. Convocamos a nuestros allegados para comunicarles el porqué de nuestra embriaguez emocional. Nos sentimos únicos entre la multitud. Caminamos buscando la forma de encontrar la manera de perpetuar el hallazgo. Presumimos de conquista y el horizonte se amplía hasta el infinito porque al final del camino es justo el amor lo que todos andamos buscando.
Esta casuística es universal, salvo si la persona a la que amas es de tu mismo sexo. A los homosexuales durante años se les impidió hacer pública su dicha y fueron condenados a vivir la pasión clandestinamente. Cuando un hombre o mujer homosexual sentía las flechas del amor no existía otro camino que no fuera la ocultación.
El destino para quienes amaban lo prohibido era corto: cárcel, palizas, exilio, insultos, humillación, abandono familiar y dolor, mucho dolor. Con la democracia todo cambió. Las leyes que penalizaban la homosexualidad se derogaron y la estigmatización fue, lentamente, disminuyendo hasta llegar a la actual igualdad legal, que no social, por la que un matrimonio entre dos personas del mismo sexo es tan decente como uno de dos personas de distinto sexo.
Todo ha evolucionado menos la derecha, representada por la jerarquía eclesiástica, por el Partido Popular (PP) y por los medios de comunicación propagadores de odio. La derecha de hoy -heredera ideológica y sanguínea del Franquismo que asesinó a Lorca- maltrató y encarceló a quienes no amaban según la norma y sigue despreciando el amor entre dos mujeres o dos hombres.
La derecha, ya en democracia, ha tenido muchas oportunidades de pedir perdón y resarcir a los homosexuales que han sufrido como nadie la brutalidad de su intolerancia. Sin embargo, han elegido continuar abonando el terreno para que los homosexuales sigan siendo humillados y condenados a mantener su amor en los armarios.
El último ejercicio homófobo y dañino del PP ha sido la petición cursada al Consejo Audiovisual de Andalucía para que investigue si aparecen muchos gais en La Banda, el conocido programa infantil de Canal Sur Televisión.
Un partido político que pretende ser alternativa no puede extender el odio y legitimar posiciones discriminatorias que fomentan la violencia física y verbal hacia gais y lesbianas. El Partido Popular debería encontrar la manera para que su moral fundamentalista concuerde con los valores democráticos de nuestra sociedad y con el respeto y la protección a las minorías sexuales, alejándose de su herencia franquista.
Debiera, en un acto de humanismo, situarse cerca del amor y lejos del odio nacido de la ignorancia. Quienes deben modificar sus conductas no son los homosexuales sino los homófobos. Y a quienes hay que investigar es a los homofóbos que niegan el derecho a amar en libertad y que sólo admiten el modelo de sociedad en el que tan sólo caben ellos.
RAÚL SOLÍS