Sirva la definición que el Diccionario de la Real Academia ofrece del verbo "apostatar" para presentarme ante ustedes y, de paso, agradecer profundamente a Montilla Digital la invitación que me hace para llenar una columna semanal con opiniones y comentarios sobre la actualidad del país. Invitación, por otro lado, que acepto gustoso pero con cierto sentimiento de abrumadora responsabilidad, consciente de la ilusión que ha depositado en el proyecto el equipo directivo de este medio.
Y una vez dicho esto –de bien nacidos es ser agradecidos–, y si ustedes me lo permiten, comienzo. Y lo hago con una rotunda declaración de principios, tal cual expresa el título de esta primera entrada: señoras y señores, apostato.
No se crean, por Dios bendito, que renuncio a mi fe cristiana. No se trata de eso, porque fundamentalmente es lo único que me queda –junto a mi familia y amigos– que me pueda servir como depósito de mi confianza. No, más bien aténganse a la cuarta acepción del verbo, eso sí, considerada en sentido general, porque jamás he pertenecido a un partido político (y Dios y los Santos me libren de hacerlo). Apostato, en realidad, de las cosas que paso –brevemente hoy y más ampliamente en próximas entregas– a citarles.
Apostato de esta sociedad en la que vivo, engreída y maniqueísta; del pueblo, tan lleno de arte como vacío de cultura, y de sus representantes (?) que sólo se representan a sí mismos o a su patrón; apostato de los listos, que no siempre son los más inteligentes, y de los ignorantes, en un mundo en que ser ignorante es garantía de éxito.
Apostato de partidos políticos, sindicatos y asociaciones de defensa del paramecio corriente; de Belén Esteban y de la telemierda; apostato de tertulias radiofónicas monopensantes, y de las pluripensantes que al mismo tiempo son vociferantes; apostato del sistema educativo, del sistema judicial y del sistema sanitario; apostato de colegios públicos con cuadros del Guernica en la entrada y de los concertados con lemas de condenación en las aulas.
Apostato del mismo Guernica, mejor dicho, de su autor, teniendo en cuenta que mucho más cerca de su casa –en Cabra, sin ir más lejos–, tuvo lugar una masacre similar, pero perpetrada por sus amigos; apostato de la hiprogresía y de la rancia caspa; apostato de todos aquellos que me indican amablemente –o no tanto– qué, cómo y cuándo pensar; apostato, rotunda y definitivamente, del Pensamiento Único.
O sea, que salvando a los que antes mencionaba (Dios, familia y amigos), resulta que me quedo solo, más solo que la una. A menos que ustedes, a partir de ahora, tengan a bien acompañarme.
Y una vez dicho esto –de bien nacidos es ser agradecidos–, y si ustedes me lo permiten, comienzo. Y lo hago con una rotunda declaración de principios, tal cual expresa el título de esta primera entrada: señoras y señores, apostato.
No se crean, por Dios bendito, que renuncio a mi fe cristiana. No se trata de eso, porque fundamentalmente es lo único que me queda –junto a mi familia y amigos– que me pueda servir como depósito de mi confianza. No, más bien aténganse a la cuarta acepción del verbo, eso sí, considerada en sentido general, porque jamás he pertenecido a un partido político (y Dios y los Santos me libren de hacerlo). Apostato, en realidad, de las cosas que paso –brevemente hoy y más ampliamente en próximas entregas– a citarles.
Apostato de esta sociedad en la que vivo, engreída y maniqueísta; del pueblo, tan lleno de arte como vacío de cultura, y de sus representantes (?) que sólo se representan a sí mismos o a su patrón; apostato de los listos, que no siempre son los más inteligentes, y de los ignorantes, en un mundo en que ser ignorante es garantía de éxito.
Apostato de partidos políticos, sindicatos y asociaciones de defensa del paramecio corriente; de Belén Esteban y de la telemierda; apostato de tertulias radiofónicas monopensantes, y de las pluripensantes que al mismo tiempo son vociferantes; apostato del sistema educativo, del sistema judicial y del sistema sanitario; apostato de colegios públicos con cuadros del Guernica en la entrada y de los concertados con lemas de condenación en las aulas.
Apostato del mismo Guernica, mejor dicho, de su autor, teniendo en cuenta que mucho más cerca de su casa –en Cabra, sin ir más lejos–, tuvo lugar una masacre similar, pero perpetrada por sus amigos; apostato de la hiprogresía y de la rancia caspa; apostato de todos aquellos que me indican amablemente –o no tanto– qué, cómo y cuándo pensar; apostato, rotunda y definitivamente, del Pensamiento Único.
O sea, que salvando a los que antes mencionaba (Dios, familia y amigos), resulta que me quedo solo, más solo que la una. A menos que ustedes, a partir de ahora, tengan a bien acompañarme.
MARIO J. HURTADO