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Caprichos

Nadie se conforma con lo necesario, sino que busca rodearse con lo apetecible, con aquellos “caprichos” que nos hacen la vida más atractiva según nuestros gustos favoritos. Ello no está mal si se adecúa a lo que, en cada momento de la existencia, podemos permitirnos. Lo malo es cuando aspiramos a cosas a las que no podemos acceder si no es renunciando a necesidades primordiales.

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Todos conocemos a alguien que es capaz de adquirir un modelo de automóvil, totalmente innecesario para los desplazamientos que ha de realizar, por el que debe pagar mensualmente, y durante muchos años, una cuota de mayor cuantía que para un curso de perfeccionamiento (inglés en el extranjero, por ejemplo) en la educación de algún hijo.

O personas que se abonan a un club deportivo (de futbol, especialmente) antes que cubrir los gastos de una reforma en la casa. Incluso los que prefieren satisfacer sus dependencias de loterías, tragaperras o “copitas” antes que ahorrar para evitar sustos futuros. Todos pecamos de caer en la tentación de los antojos consumistas puesto que vivimos sumergidos en una sociedad que insta permanentemente a ello.

Lo paradójico es que, si renuncias a participar en esa vorágine de consumo, te conviertes ante los demás en un extraño, un ser huraño cuya tacañería brilla por cada “capricho” no consentido.

Estamos tan habituados a gastar lo que aún no hemos ganado (tarjetas de débito), incluso a gastar lo que no podemos, que cualquiera que se aparte de esa conducta mayoritaria es tratado como un individuo asocial y enfermo. Máxime si los mensajes que la economía inocula entre la población son para alertar de las nefastas consecuencias que la caída del consumo provoca en la marcha de la sociedad.

¿Quién puede vivir ajeno a su entorno? Los locos. Sólo un loco no obedece a las consignas y se retrae a su particular espejismo de manías y fobias entre las cuales podría figurar vivir ajeno a los caprichos, dedicándose sólo a lo necesario sin atender a modas, costumbres y reclamos publicitarios. Así es como percibimos a tales personas, aunque para ellos los locos seríamos nosotros. ¿Cuáles serían, entonces, los cuerdos?
DANIEL GUERRERO
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