Montilla Digital se hace eco en su Buzón del Lector de la última aventura protagonizada por un integrante del Club de Montaña Piedra Luenga. Si desea participar en esta sección, envíe un correo electrónico a montilladigital@gmail.com exponiendo su queja, comentario o sugerencia. Si lo desea, puede acompañarla de alguna fotografía.
Nuestro viaje a Alpes tenía un objetivo claro: ascender al Cervino. Al llegar a Cervinia para realizar la subida por la arista de Lyon nos informan de que la nieve está en muy mal estado y que en cinco o seis días iba a ser imposible subir. Entonces se cierne sobre nosotros el recuerdo del Ama Dablam del año anterior que, debido a las malas condiciones de la ruta de subida, no pudimos ascender.
Existe la alternativa de la arista por Suiza, conocida como la arista Hörnli, así que allí nos dirigimos esperando tener más suerte. Llegamos tarde, por lo que no nos podemos informar del estado de la montaña ni de la meteorología, pero tenemos la alegría de ver el segundo tiempo de España contra Alemania y ver cómo nuestra selección pasa de fase.
Por la mañana lo arreglamos todo y nos dirigimos a coger el tren que nos lleva a Zermatt. Allí visitamos la Casa de Guías y nos informan de que la ruta está en buenas condiciones y que la meteo da dos o tres días buenos. Así que Paco Ponce y yo vamos saltando de alegría hacia el teleférico que nos ha de dejar a unas dos horas y media del refugio.
Al llegar al refugio buscamos un sitio para vivaquear, es decir, un hueco entre las piedras para poder colocar nuestros dos sacos y dormir. Cenamos y nos echamos en los brazos de Morfeo esperando la salida de los primeros montañeros que vayan hacia cima.
A las cuatro y pico de la mañana detectamos movimiento y vemos los primeros frontales salir en fila india. Desayunamos, guardamos nuestras pertenencias debajo de una piedra y salimos hacia la cima: son casi las cinco de la mañana.
La entrada a la vía de subida se hace mediante unas maromas que facilitan la escalada de este primer escalón. Luego vienen unos interminables trepaderos por los que nos vamos moviendo despacio pero seguros. La temperatura es agradable y el viento no nos está castigando. Así se nos hace de día.
Aún no vemos el refugio de Solvay que se encuentra a 4.000 metros de altura; se trata de una pequeña construcción de madera que se utiliza en caso de emergencia en la bajada. Al fin localizamos la Solvay, de la que tan sólo nos separa un pequeño muro de unos 40 metros que escalamos sin mirar abajo.
Al llegar, descansamos un poco para tomar fuerzas para el último tramo que se nos muestra como el más complicado. La subida se vuelve más empinada. Llegamos a un muro en el que nos ayudamos de una maroma y de una escalera de cadenas, que requiere un enorme esfuerzo a estas alturas de la escalada.
Llegamos a la zona mixta, donde la roca, la nieve y el temido hielo se unen para hacernos un poco más difícil nuestra ascensión. Una larga arista nos lleva hasta la última pala que se encuentra llena de nieve. Aquí los crampones hacen su labor y subimos de forma más fácil que el resto de la ascensión, aunque con las vistas puestas en los 1.000 metros de caída y en los fallos que con el cansancio se pueden tener.
Llegamos a la escultura de San Bernardo, patrón de las montañas, que predomina en la cumbre suiza. Lo abrazamos y miramos la delgada arista que nos separa de la cumbre italiana. Allá vamos, con un pie detrás de otro intentando no tropezar ya que en esta arista sería mortal un fallo así.
Tras unos cientos de metros llegamos a la famosa cruz que domina la cumbre italiana. Paco y yo estamos eufóricos: ¡lo hemos conseguido!. Son las 11.30 horas del viernes 9 de julio. Nos hacemos como podemos las fotos de cumbre y vuelta atrás. Nos unimos a una pareja de catalanes que descienden con nosotros.
En todas las montañas, la cumbre se encuentra abajo, ya que la bajada suele ser muy peligrosa. Sin embargo, el Cervino tiene fama de tener una bajada donde es muy fácil perderse. Descendemos los primeros rápeles y destrepamos, así durante unas horas que nos llevan hasta la Solvay, donde de nuevo tomamos un descanso.
Rapelamos la placa, y empieza lo peor: una zona de rocas con continuos destrepes y rápeles donde tomar un camino u otro puede significar perder un tiempo que en esta montaña es de oro con diamantes.
Empezamos a ver que los tiempos no se están cumpliendo: "seguro que nos hemos equivocado en algún sitio", pensamos. Los rápeles se hacen pesados y consumen mucho tiempo. Seguimos bajando pero la hora se nos está echando encima. El refugio es visible todo el tiempo pero el camino se diluye entre los millones de rocas que nos rodean. Se está haciendo de noche y tenemos que darnos prisa: pronto será imposible encontrar el camino.
Otro rápel, otros destrepes y se nos echa la noche. Ahora sí que es imposible continuar. Hablamos y decidimos esperar a que amanezca para poder localizar de nuevo el camino de bajada.
Son unas horas en las que no puedes dormir, ya que no tenemos saco. Simplemente te haces un ovillo e intentas guardar el máximo de calor. Pasa una hora, y otra... Se hace eterno. Tenemos frío, aunque lo noche nos respeta. Tampoco tenemos agua.
A las 4.30 vemos salir las primeras luces del refugio: una fila india de frontales emerge en la noche lo mismo que el día anterior emergía la nuestra. Asciende y empezamos a vislumbrar el camino. Las luces se dirigen a nosotros. Un good morning nos alegra la mañana. Estamos durmiendo en el camino.
Aquí se ve la dificultad de la ruta que, aún estando en el mismo camino, nos resultaba imposible localizar por dónde continuaba. Esperamos a que pase el resto de la comitiva y empezamos a descender. Antes de las seis de la mañana estamos recogiendo nuestras cosas cerca del refugio. Bebemos, comemos y en mitad de un soleado día bajamos hasta Zermatt donde nuestra aventura finaliza. De nuevo la montaña nos ha permitido coronarla. Gracias Matterhorn.
Nuestro viaje a Alpes tenía un objetivo claro: ascender al Cervino. Al llegar a Cervinia para realizar la subida por la arista de Lyon nos informan de que la nieve está en muy mal estado y que en cinco o seis días iba a ser imposible subir. Entonces se cierne sobre nosotros el recuerdo del Ama Dablam del año anterior que, debido a las malas condiciones de la ruta de subida, no pudimos ascender.
Existe la alternativa de la arista por Suiza, conocida como la arista Hörnli, así que allí nos dirigimos esperando tener más suerte. Llegamos tarde, por lo que no nos podemos informar del estado de la montaña ni de la meteorología, pero tenemos la alegría de ver el segundo tiempo de España contra Alemania y ver cómo nuestra selección pasa de fase.
Por la mañana lo arreglamos todo y nos dirigimos a coger el tren que nos lleva a Zermatt. Allí visitamos la Casa de Guías y nos informan de que la ruta está en buenas condiciones y que la meteo da dos o tres días buenos. Así que Paco Ponce y yo vamos saltando de alegría hacia el teleférico que nos ha de dejar a unas dos horas y media del refugio.
Al llegar al refugio buscamos un sitio para vivaquear, es decir, un hueco entre las piedras para poder colocar nuestros dos sacos y dormir. Cenamos y nos echamos en los brazos de Morfeo esperando la salida de los primeros montañeros que vayan hacia cima.
A las cuatro y pico de la mañana detectamos movimiento y vemos los primeros frontales salir en fila india. Desayunamos, guardamos nuestras pertenencias debajo de una piedra y salimos hacia la cima: son casi las cinco de la mañana.
La entrada a la vía de subida se hace mediante unas maromas que facilitan la escalada de este primer escalón. Luego vienen unos interminables trepaderos por los que nos vamos moviendo despacio pero seguros. La temperatura es agradable y el viento no nos está castigando. Así se nos hace de día.
Aún no vemos el refugio de Solvay que se encuentra a 4.000 metros de altura; se trata de una pequeña construcción de madera que se utiliza en caso de emergencia en la bajada. Al fin localizamos la Solvay, de la que tan sólo nos separa un pequeño muro de unos 40 metros que escalamos sin mirar abajo.
Al llegar, descansamos un poco para tomar fuerzas para el último tramo que se nos muestra como el más complicado. La subida se vuelve más empinada. Llegamos a un muro en el que nos ayudamos de una maroma y de una escalera de cadenas, que requiere un enorme esfuerzo a estas alturas de la escalada.
Llegamos a la zona mixta, donde la roca, la nieve y el temido hielo se unen para hacernos un poco más difícil nuestra ascensión. Una larga arista nos lleva hasta la última pala que se encuentra llena de nieve. Aquí los crampones hacen su labor y subimos de forma más fácil que el resto de la ascensión, aunque con las vistas puestas en los 1.000 metros de caída y en los fallos que con el cansancio se pueden tener.
Llegamos a la escultura de San Bernardo, patrón de las montañas, que predomina en la cumbre suiza. Lo abrazamos y miramos la delgada arista que nos separa de la cumbre italiana. Allá vamos, con un pie detrás de otro intentando no tropezar ya que en esta arista sería mortal un fallo así.
Tras unos cientos de metros llegamos a la famosa cruz que domina la cumbre italiana. Paco y yo estamos eufóricos: ¡lo hemos conseguido!. Son las 11.30 horas del viernes 9 de julio. Nos hacemos como podemos las fotos de cumbre y vuelta atrás. Nos unimos a una pareja de catalanes que descienden con nosotros.
En todas las montañas, la cumbre se encuentra abajo, ya que la bajada suele ser muy peligrosa. Sin embargo, el Cervino tiene fama de tener una bajada donde es muy fácil perderse. Descendemos los primeros rápeles y destrepamos, así durante unas horas que nos llevan hasta la Solvay, donde de nuevo tomamos un descanso.
Rapelamos la placa, y empieza lo peor: una zona de rocas con continuos destrepes y rápeles donde tomar un camino u otro puede significar perder un tiempo que en esta montaña es de oro con diamantes.
Empezamos a ver que los tiempos no se están cumpliendo: "seguro que nos hemos equivocado en algún sitio", pensamos. Los rápeles se hacen pesados y consumen mucho tiempo. Seguimos bajando pero la hora se nos está echando encima. El refugio es visible todo el tiempo pero el camino se diluye entre los millones de rocas que nos rodean. Se está haciendo de noche y tenemos que darnos prisa: pronto será imposible encontrar el camino.
Otro rápel, otros destrepes y se nos echa la noche. Ahora sí que es imposible continuar. Hablamos y decidimos esperar a que amanezca para poder localizar de nuevo el camino de bajada.
Son unas horas en las que no puedes dormir, ya que no tenemos saco. Simplemente te haces un ovillo e intentas guardar el máximo de calor. Pasa una hora, y otra... Se hace eterno. Tenemos frío, aunque lo noche nos respeta. Tampoco tenemos agua.
A las 4.30 vemos salir las primeras luces del refugio: una fila india de frontales emerge en la noche lo mismo que el día anterior emergía la nuestra. Asciende y empezamos a vislumbrar el camino. Las luces se dirigen a nosotros. Un good morning nos alegra la mañana. Estamos durmiendo en el camino.
Aquí se ve la dificultad de la ruta que, aún estando en el mismo camino, nos resultaba imposible localizar por dónde continuaba. Esperamos a que pase el resto de la comitiva y empezamos a descender. Antes de las seis de la mañana estamos recogiendo nuestras cosas cerca del refugio. Bebemos, comemos y en mitad de un soleado día bajamos hasta Zermatt donde nuestra aventura finaliza. De nuevo la montaña nos ha permitido coronarla. Gracias Matterhorn.
JOSÉ BAENA ROCA