Agosto registra varios días con temperaturas que rondan los 40 ó 41 grados. Incluso se han dado jornadas con mínimas superiores al umbral del sueño, es decir, los 27 grados. En la televisión avisan de los estados de alarma roja y amarilla en que se encuentran zonas geográficamente habituadas a alcanzar estas insolaciones, como son las vegas del Guadiana, en Extremadura, y el valle del Guadalquivir en Andalucía occidental, fundamentalmente.
FOTO: FRANCIS VILLEGAS
La información meteorológica suele venir acompañada con imágenes de niños o adultos refrescándose en fuentes y ríos o abanicándose compulsivamente el sofoco y bebiendo agua embotellada por las calles. Todo ello da la sensación de que se sufre la mayor oleada de calor de la historia. Y nada más lejos de la realidad.
Es lógico que se facilite información relativa al tiempo atmosférico con objeto de prevenir las consecuencias de una insolación, cual es la deshidratación y los golpes de calor, a los que se exponen quienes permanecen muchas horas bajo los rayos de un sol de plomo, al descubierto y sin ingerir líquidos.
Quitando los ancianos y los bebés, cuyos organismos no toleran cambios bruscos de temperatura, los únicos que podrían sufrir estas inclemencias del calor serían los trabajadores que faenan a la intemperie. Sin embargo, pocas imágenes se ofrecen de albañiles, agricultores, carteros y cualesquiera otros profesionales que soportan estoicamente el calor en su trabajo.
Es curioso que la alarma en los medios de comunicación parece estar dirigida a quienes precisamente no están obligados a padecer esas altas temperaturas a causa de su trabajo, como los niños en vacaciones, los turistas o los viandantes de la ciudad. Una alarma que, en muchos casos, se sospecha infundada puesto que tales temperaturas son las esperadas en la estación del año del sur de España, donde se han registrado cotas aún mayores en tiempos no tan lejanos.
Pero lo más sorprendente es la reiteración de tales mensajes cuando se disponen de más medios que nunca para combatir las inclemencias del termómetro. Pocos son los comercios, hogares y automóviles sin aire acondicionado que hagan placentero, a pesar de la canícula, cualquier desplazamiento y actividad. Anunciar con tanta insistencia que hace calor en verano, en el sur del país, es como advertir de que no habrá luz natural por las noches: raro sería lo contrario.
La proliferación de estos mensajes que, en cualquier caso, causan alarma en determinados colectivos, como los ancianos, pacientes con determinadas patologías y el turismo que acude a nuestra región, es cubrir con “desinformación” meteorológica la falta de noticias de mayor calado, máxime cuando se trata de una información cíclica que se repite cada año, independientemente de las temperaturas que se alcancen.
Al ver las imágenes en los telediarios no puede uno dejar de preguntarse cómo sobrevivieron los que padecieron veranos yendo a la playa en coches sin aire acondicionado o jugando en la calle cazando moscas al son de las chicharras. Nuestros abuelos y padres habrán muerto todos por insolación, me temo.
FOTO: FRANCIS VILLEGAS
La información meteorológica suele venir acompañada con imágenes de niños o adultos refrescándose en fuentes y ríos o abanicándose compulsivamente el sofoco y bebiendo agua embotellada por las calles. Todo ello da la sensación de que se sufre la mayor oleada de calor de la historia. Y nada más lejos de la realidad.
Es lógico que se facilite información relativa al tiempo atmosférico con objeto de prevenir las consecuencias de una insolación, cual es la deshidratación y los golpes de calor, a los que se exponen quienes permanecen muchas horas bajo los rayos de un sol de plomo, al descubierto y sin ingerir líquidos.
Quitando los ancianos y los bebés, cuyos organismos no toleran cambios bruscos de temperatura, los únicos que podrían sufrir estas inclemencias del calor serían los trabajadores que faenan a la intemperie. Sin embargo, pocas imágenes se ofrecen de albañiles, agricultores, carteros y cualesquiera otros profesionales que soportan estoicamente el calor en su trabajo.
Es curioso que la alarma en los medios de comunicación parece estar dirigida a quienes precisamente no están obligados a padecer esas altas temperaturas a causa de su trabajo, como los niños en vacaciones, los turistas o los viandantes de la ciudad. Una alarma que, en muchos casos, se sospecha infundada puesto que tales temperaturas son las esperadas en la estación del año del sur de España, donde se han registrado cotas aún mayores en tiempos no tan lejanos.
Pero lo más sorprendente es la reiteración de tales mensajes cuando se disponen de más medios que nunca para combatir las inclemencias del termómetro. Pocos son los comercios, hogares y automóviles sin aire acondicionado que hagan placentero, a pesar de la canícula, cualquier desplazamiento y actividad. Anunciar con tanta insistencia que hace calor en verano, en el sur del país, es como advertir de que no habrá luz natural por las noches: raro sería lo contrario.
La proliferación de estos mensajes que, en cualquier caso, causan alarma en determinados colectivos, como los ancianos, pacientes con determinadas patologías y el turismo que acude a nuestra región, es cubrir con “desinformación” meteorológica la falta de noticias de mayor calado, máxime cuando se trata de una información cíclica que se repite cada año, independientemente de las temperaturas que se alcancen.
Al ver las imágenes en los telediarios no puede uno dejar de preguntarse cómo sobrevivieron los que padecieron veranos yendo a la playa en coches sin aire acondicionado o jugando en la calle cazando moscas al son de las chicharras. Nuestros abuelos y padres habrán muerto todos por insolación, me temo.
DANIEL GUERRERO