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Soledad Galán | Soy español, español, español…

Ese título ha sido el himno más escuchado en esta última semana. No ha habido una sola canción de grupo, solista o coral que haya sonado tanto en todos los sitios como la afirmación de ser español, repetida hasta la saciedad. La verdad es que apetece. Es un soplo de aire fresco en el cargado ambiente de esta España nuestra. Y tenemos que agradecerlo al deporte.


Mire usted por dónde, el deporte tiene la habilidad de unir a todos los españoles, en un grito común de “afirmación del yo”, como diría Freud. Y no sólo ha sido unidad en la alegría, sino también en el sufrimiento, como diría el sacerdote en la ceremonia del matrimonio, porque había dos opciones el sábado a partir de las ocho de la tarde: o bien salir a dar un paseo para evitar un infarto de miocardio, o quedarse sin uñas hasta y después de que Puyol diese ese cabezazo de oro. Y digo lo de “después” porque la feliz tensión duró, como mínimo, hasta que fue pitado por el árbitro el final del partido.

Luego, la locura, el desmadre y el “Soy español”, que son las formas de expresión más comunes de este pueblo cuando está a gusto y se siente bien. Todo eso, sin soltar ni un momento la bandera de España, que es símbolo de nuestra unidad. Nunca he visto más banderas, ondeando en manos españolas. Y es una gozada.

Estamos hasta las narices de que nos salga mañana, tarde, noche y madrugada el político separatista de turno, contándonos milongas sobre una separación de España, que no la quiere nadie, o sobre terminar con esta o aquella seña cultural de este país tan nuestro o con la amenaza de desobedecer las sentencias que no les gustan. Pura intransigencia, pero, ojo, que hace su daño.

Los separatistas -en las comunidades autónomas en las que los haya- son cuatro, que votan a uno o dos y que, por razones de gobernanza, han conseguido instalarse en la cúpula del poder de esa autonomía. Ya sabemos que la política hace extraños compañeros de viaje. Y como no tienen otro objetivo -más verbal que real- que desestabilizar para llamar la atención hacia ellos, pues convocan tal o cual manifestación, da igual, un día sobre la importancia del agua en la navegación y al otro, sobre la importancia de raíles en las vías del tren.

Lo importante es que se añada que, separándonos, el agua estaría más dulce o salada, según estemos hablando de río o de mar, y que la fundición del raíl se tiene que hacer según receta de la comunidad autónoma de la que se trate.

Desde siempre hemos aprendido que España es una e indivisible, desde el respeto a la pluralidad de sus comunidades autónomas. Así lo reconoce nuestra Carta Magna y ese es el sentimiento de la mayoría de los españoles. Como hay algunos que se quieren separar, pues se respeta su forma de pensar y no pasa nada.

Pero como la realidad es más tozuda, hemos podido ver, para nuestro gozo, cómo veintitrés españoles, con su entrenador al frente, de todas las partes del mapa autonómico, representando al unísono a España, a toda ella, han tenido la capacidad de unir a más de treinta millones de españoles al son del “Soy español, español, español…”.

Ésa es la realidad, por mucho que cuatro que votan a uno o dos digan que es otra cosa. Quiero, como todos los que nos sentimos españoles, que la selección culmine su esfuerzo con la copa del Mundial. Ahí estaré mañana, a las ocho y media, sufriendo y disfrutando. Pero si no pudiera ser, para mí ya han sido campeones devolviéndonos el orgullo de ser españoles. Deseo que nunca se nos olvide ese estribillo que dice “Soy español, español, español...”.

SOLEDAD GALÁN JORDANO
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