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Soledad Galán | Conflictos familiares

Estamos asistiendo en público a algo que debería ser privado. Porque es muy intima la relación, buena o mala, entre padres e hijos. No debería existir dinero para comprar la intimidad de las relaciones familiares, pero ciertos personajes parece que no pueden resistir la tentación de airear sus miserias a cambio de dinero. Algunos se aplican el refrán de que “los duelos con pan son menos”. Pero no es así.



Los padres, que son especialistas y hasta doctores en paciencia, saben que el tiempo puede curarlo todo, y mantienen la esperanza de que, a los hijos, la edad les vaya abriendo los ojos para distinguir lo que es, de lo que no.

Hay en nuestra sociedad bastantes baronesas, muchas Blancas, cantidad de Borjas, y demasiados nietos que no pueden relacionarse con sus abuelos. La historia es tan antigua como el mundo. Porque todo es un problema de celos que algunos lo denominan "complejos" y otros, "malos entendidos" o "mala educación".

Yo lo entiendo como una falta de respeto hacia sí mismo y hacia los demás. Todos hemos sido hijos y algunos también padres. Hemos tenido que relacionarnos con nuestros padres, cuñados, cuñadas, hermanos, hermanas y suegros. No todos tienen que ser de nuestro agrado ni nosotros del suyo.

Pero hay una cosa que se llama "respeto mutuo" que es el que debería hacerse efectivo en todas las relaciones y, mucho más, en las familiares. En el momento en que algún miembro de la familia no guarde ese mínimo de respeto exigible a cualquier relación humana, ya tenemos el conflicto. Y el problema es que se puede destrozar fácilmente una familia por ello.

Los hijos deben respeto a sus padres, simplemente por el hecho de traerlos a este mundo, cuidarlos y educarlos desde su nacimiento hasta que se van del hogar familiar. Nadie, incluido su cónyuge, pareja o amistad, debería influir tanto en un hijo como para que éste dejara de reconocer el respeto debido a sus progenitores. Y no hablo ya de cariño: sólo de respeto.

Cuando sucede, tenemos al hijo o a la hija enemistado con su familia -que, al final, es lo único verdadero que tiene- y comienza el chantaje de utilizar a los niños, si los hay, para impedirles su relación con los abuelos. Siempre con los de la parte opuesta a la que falta el respeto.

Ya sabemos que existe una Ley que regula la relación de abuelos y nietos y reconoce el derecho del menor -subrayo lo de menor- a relacionarse con sus abuelos. Pero éstos, salvo situaciones muy drásticas, no quieren demandar a sus hijos y se quedan sin poder disfrutar de la compañía de los nietos y éstos sin el derecho a relacionarse con sus abuelos.

Y si te ocurre, te preguntas que por qué pasa eso. Y al final llegas a la conclusión de la falta de respeto. En todas las parejas, incluso las de los animales, hay uno que es dominante y otro receptivo o pasivo. Si el dominante despliega su poder sobre el otro, prácticamente anula su voluntad y sabe cómo hacer para que éste haga lo que le apetece a aquél.

Si llegara el caso, lo pondría en la tesitura de elegir entre la familia del pasivo y la persona del dominante. Y ya sabemos lo que ocurriría... Hace falta tener muy claro quién se es y donde se está para no caer en las redes, a veces agradables y seductoras, del dominante, porque éste juega con sentimientos que conoce y hasta cree dominar para hacer lo que le place. Y te preguntas qué le puedes haber hecho tú a ese ser dominante para apartarte de tu hijo o de tu hija.

Las motivaciones pueden ser infinitas: todas las que se le puedan ocurrir a la mente, a veces retorcida, del ser dominante. Puede pensar que le miraste mal o que prefieres a la otra nuera o al otro yerno; o que le diste poco; o que el colchón de tu casa no es de su agrado; o que la habitación que le pusiste es más fea que la de tu hija o hijo; o que un día le preguntaste si trabajaba y esta persona no quiere trabajar o, simplemente, se siente inferior…

Cualquier nimiedad, que una persona de mente sana ni pensaría, es suficiente para que otra de mente retorcida malmeta en tu vida y te impida relacionarte con tu hijo o con tu hija y, consecuencia de todo, que no puedas disfrutar de tus nietos.

Estas personas que no respetan a la familia de su cónyuge, pareja o amigo tampoco se respetan a sí mismas porque lo que para ellas es una victoria de dominio, realmente es el reflejo de su frustración como personas, de su incomodidad consigo mismas y de la ausencia de autoestima.

Porque si realmente te encuentras a gusto contigo mismo, no tendrías la necesidad de dominar para reafirmarte. Además, se trata de una falta de respeto a su cónyuge, pareja o amigo, dado que le está privando tan insensata como injustamente de lo más valioso que tiene en su vida: de su familia, de su propio yo. Felices vacaciones.

SOLEDAD GALÁN JORDANO
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