Hay veces en las que acudimos a oficinas públicas o privadas a firmar un documento que nos afecta y, aunque no nos enteremos de nada -bien por la prisa o por los nervios del momento-, firmamos. Luego, si nos perjudica, tenemos los problemas propios de esa inadecuada prisa o de los inoportunos nervios.
Pero hay documentos con los que deberíamos tener espacial cuidado, porque exceden de lo económico y afectan a algo irreversible y de gran importancia, como es la salud. Por adaptación de nuestra legislación a la normativa europea en materia de sanidad (¿?), se obliga a todos los centros hospitalarios, en caso de intervención quirúrgica, a que el paciente firme un documento por el que se informa de forma muy general -y a veces incomprensible para el paciente- de las posibles consecuencias que para su salud podría tener la intervención a la que va a ser sometido.
En realidad, y por su generalidad, es un cajón de sastre para que, sea cual sea el resultado de dicha intervención, todas, absolutamente todas las secuelas que la misma pueda acarrear a nuestra salud están integradas en lo que se denomina “consentimiento informado”.
Puede ocurrir, y es un hecho verídico, que se intervenga a una persona de una hernia inguinal -operación que, en principio, no tiene complicación ninguna- y el médico que te opere, al ponerte las grapas para cerrar la herida, te seccione un nervio y te quedes con unas secuelas de dolor permanentemente agudo que te impida desde trabajar a mantener relaciones íntimas con tu pareja durante el resto de tu vida.
Nadie te dice que esa sencilla operación tenga esa consecuencia tan nefasta porque, de ser así, no te someterías a ella: te pondrías una faja para sujetar la hernia y vivirías de esa forma, quizás incomoda, pero en plenas facultades físicas y psíquicas para desarrollar tu vida normal.
Pero sucede que a la hora de exigir tus derechos como ciudadano y como paciente frente al cirujano que tan negligentemente ha actuado, te dicen que esa secuela estaba prevista en el consentimiento informado, que tú lo firmaste y que eso es lo que hay.
Ante esa indefensión, te buscas un abogado -tengas o no medios económicos- y lo primero que te pide es un informe médico. Y acudes a un profesional de la Medicina y le presentas tu estado físico y psicológico por lo ocurrido, así como la cantidad de operaciones a las que has sido sometido por el mismo médico para intentar arreglar lo sin remedio. Y por aquello del corporativismo, te informa que eso que te ha ocurrido estaba en el consentimiento informado.
Y lees y relees el famoso consentimiento y no ves lo que te ha ocurrido por ningún sitio, y no te explicas cómo el médico al que acudiste para el informe puede ver en cuatro palabras ininteligibles para cualquier ciudadano de a pie que lo que a ti te está ocurriendo, justo eso, está allí, en el maldito consentimiento, porque tú no has consentido que te hagan la salvajada que te han hecho.
¿Qué viene después? Tú sigues sin poder trabajar, sin relación íntima con tu pareja; te trata la Unidad del Dolor inútilmente, porque el dolor sigue, cada vez más agudo y te consumes, mientras el cirujano carnicero sigue impune gracias al documento que firmaste un mal día, con la buena fe del que se entrega con la esperanza de una mejor salud. Acudirás a los tribunales y esperarás años y años a una resolución, ciertamente injusta, porque firmaste el consentimiento desinformado.
Esto que puede parecer exagerado es real y le ha ocurrido a una persona como tú y como yo, que un buen día acudió a un hospital a mejorar su salud. ¿Qué tendríamos que hacer? Yo abogo por firmar un documento -no previamente impreso, sino de puño y letra de mi cirujano- donde se me informe realmente de todas, absolutamente todas, las posibles secuelas que la intervención a la que me voy a someter puede acarrear a mi salud.
Toda aquella secuela que no esté en dicho documento será culpa de quien me interviene o de su equipo. Entonces sí será un consentimiento informado, con garantías reales para el paciente. Y si le ocurre algo de lo que voluntariamente ha aceptado como probable, entonces será justo que lo acepte. Nunca en otro caso.
Pero hay documentos con los que deberíamos tener espacial cuidado, porque exceden de lo económico y afectan a algo irreversible y de gran importancia, como es la salud. Por adaptación de nuestra legislación a la normativa europea en materia de sanidad (¿?), se obliga a todos los centros hospitalarios, en caso de intervención quirúrgica, a que el paciente firme un documento por el que se informa de forma muy general -y a veces incomprensible para el paciente- de las posibles consecuencias que para su salud podría tener la intervención a la que va a ser sometido.
En realidad, y por su generalidad, es un cajón de sastre para que, sea cual sea el resultado de dicha intervención, todas, absolutamente todas las secuelas que la misma pueda acarrear a nuestra salud están integradas en lo que se denomina “consentimiento informado”.
Puede ocurrir, y es un hecho verídico, que se intervenga a una persona de una hernia inguinal -operación que, en principio, no tiene complicación ninguna- y el médico que te opere, al ponerte las grapas para cerrar la herida, te seccione un nervio y te quedes con unas secuelas de dolor permanentemente agudo que te impida desde trabajar a mantener relaciones íntimas con tu pareja durante el resto de tu vida.
Nadie te dice que esa sencilla operación tenga esa consecuencia tan nefasta porque, de ser así, no te someterías a ella: te pondrías una faja para sujetar la hernia y vivirías de esa forma, quizás incomoda, pero en plenas facultades físicas y psíquicas para desarrollar tu vida normal.
Pero sucede que a la hora de exigir tus derechos como ciudadano y como paciente frente al cirujano que tan negligentemente ha actuado, te dicen que esa secuela estaba prevista en el consentimiento informado, que tú lo firmaste y que eso es lo que hay.
Ante esa indefensión, te buscas un abogado -tengas o no medios económicos- y lo primero que te pide es un informe médico. Y acudes a un profesional de la Medicina y le presentas tu estado físico y psicológico por lo ocurrido, así como la cantidad de operaciones a las que has sido sometido por el mismo médico para intentar arreglar lo sin remedio. Y por aquello del corporativismo, te informa que eso que te ha ocurrido estaba en el consentimiento informado.
Y lees y relees el famoso consentimiento y no ves lo que te ha ocurrido por ningún sitio, y no te explicas cómo el médico al que acudiste para el informe puede ver en cuatro palabras ininteligibles para cualquier ciudadano de a pie que lo que a ti te está ocurriendo, justo eso, está allí, en el maldito consentimiento, porque tú no has consentido que te hagan la salvajada que te han hecho.
¿Qué viene después? Tú sigues sin poder trabajar, sin relación íntima con tu pareja; te trata la Unidad del Dolor inútilmente, porque el dolor sigue, cada vez más agudo y te consumes, mientras el cirujano carnicero sigue impune gracias al documento que firmaste un mal día, con la buena fe del que se entrega con la esperanza de una mejor salud. Acudirás a los tribunales y esperarás años y años a una resolución, ciertamente injusta, porque firmaste el consentimiento desinformado.
Esto que puede parecer exagerado es real y le ha ocurrido a una persona como tú y como yo, que un buen día acudió a un hospital a mejorar su salud. ¿Qué tendríamos que hacer? Yo abogo por firmar un documento -no previamente impreso, sino de puño y letra de mi cirujano- donde se me informe realmente de todas, absolutamente todas, las posibles secuelas que la intervención a la que me voy a someter puede acarrear a mi salud.
Toda aquella secuela que no esté en dicho documento será culpa de quien me interviene o de su equipo. Entonces sí será un consentimiento informado, con garantías reales para el paciente. Y si le ocurre algo de lo que voluntariamente ha aceptado como probable, entonces será justo que lo acepte. Nunca en otro caso.
SOLEDAD GALÁN JORDANO