Las conductas de las personas tienen un componente adquirido determinante. Primero con los padres y luego en sociedad, aprendemos a comportarnos en función del beneficio colectivo, no sólo individual. Toda la enseñanza y las normas cívicas están enfocadas a socializar, es decir, a controlar las tendencias innatas para reforzar las que buscan instalar en la voluntad de las personas la necesidad de participar en el bien común.
Así, aprendemos a respetar pasos de cebra y a cepillarnos los dientes, por ejemplo. Consideramos esas medidas como útiles para la convivencia y el mantenimiento de la salud entre los integrantes del grupo del que formamos parte.
La donación de órganos y tejidos es, desde hace años, una actitud que debemos incorporar a la conducta civilizada en estos tiempos donde los trasplantes y las transfusiones son prácticas habituales y rutinarias en los hospitales.
Si a nadie sorprende una intervención quirúrgica para trasplantar un riñón que libere a un paciente de vivir atado a una máquina de diálisis, tampoco debería asombrar que ese órgano proceda de otra persona que lo donó en vida o cadáver. Recibir una transfusión de sangre o cualesquiera de sus derivados -plasma o plaquetas, fundamentalmente- es posible gracias a las personas que donan tales productos.
Ser donante se convierte, hoy día, en una necesidad imperiosa que posibilita la atención sanitaria que como ciudadanos reclamamos. Se donan productos biológicos que la Ciencia todavía se muestra incapaz de obtener por procedimientos manufacturados: no se pueden fabricar de manera artificial.
Conocer estas necesidades, saber cómo se afrontan y estar dispuestos a contribuir en su satisfacción es un comportamiento ético a que nos obliga vivir en comunidad. La dinámica de la atención sanitaria de la población impide reservarse a una hipotética situación de emergencia que, llegado el caso, haría poco útil de forma inmediata nuestra colaboración.
Esperar a lo que no se puede prever es olvidar que cada día se producen centenares de urgencias en los hospitales que precisan de nuestra participación como donantes.
Integrar ese hábito en la rutina de nuestros comportamientos individuales posibilitaría la erradicación de situaciones de escasez que alarman innecesariamente a quienes la padecen. ¿Hay que esperar a vernos en tal caso para responder? Ser donante es una muestra de civismo en la actualidad.
Así, aprendemos a respetar pasos de cebra y a cepillarnos los dientes, por ejemplo. Consideramos esas medidas como útiles para la convivencia y el mantenimiento de la salud entre los integrantes del grupo del que formamos parte.
La donación de órganos y tejidos es, desde hace años, una actitud que debemos incorporar a la conducta civilizada en estos tiempos donde los trasplantes y las transfusiones son prácticas habituales y rutinarias en los hospitales.
Si a nadie sorprende una intervención quirúrgica para trasplantar un riñón que libere a un paciente de vivir atado a una máquina de diálisis, tampoco debería asombrar que ese órgano proceda de otra persona que lo donó en vida o cadáver. Recibir una transfusión de sangre o cualesquiera de sus derivados -plasma o plaquetas, fundamentalmente- es posible gracias a las personas que donan tales productos.
Ser donante se convierte, hoy día, en una necesidad imperiosa que posibilita la atención sanitaria que como ciudadanos reclamamos. Se donan productos biológicos que la Ciencia todavía se muestra incapaz de obtener por procedimientos manufacturados: no se pueden fabricar de manera artificial.
Conocer estas necesidades, saber cómo se afrontan y estar dispuestos a contribuir en su satisfacción es un comportamiento ético a que nos obliga vivir en comunidad. La dinámica de la atención sanitaria de la población impide reservarse a una hipotética situación de emergencia que, llegado el caso, haría poco útil de forma inmediata nuestra colaboración.
Esperar a lo que no se puede prever es olvidar que cada día se producen centenares de urgencias en los hospitales que precisan de nuestra participación como donantes.
Integrar ese hábito en la rutina de nuestros comportamientos individuales posibilitaría la erradicación de situaciones de escasez que alarman innecesariamente a quienes la padecen. ¿Hay que esperar a vernos en tal caso para responder? Ser donante es una muestra de civismo en la actualidad.
DANIEL GUERRERO