Ignoro si es un fenómeno típicamente español o se manifiesta también en otras latitudes, dondequiera que exista la posibilidad de saltarse las normas y aprovecharse de la confianza que te brindan los demás. Pero aquí está adquiriendo tal magnitud que lo está transformando en un problema serio que afecta a todos, en proporción al poder que manejan. La situación es tan grave que ya es imposible eludirla si estás medianamente interesado en saber cómo nos gobiernan.
La corrupción que aflora en la política causa estragos no sólo en las arcas de los dineros públicos, sino en la calidad de la democracia que tanto esfuerzo ha costado conseguir en este país.
Una percepción que homologa al que se dedica a la “cosa pública” con el delincuente que, tarde o temprano, aprovechará su cargo para enriquecerse ilícitamente. Es injusto catalogar así a los miles de servidores públicos que en municipios, comunidades o en la Administración central se limitan a cumplir con su deber con vocación de honradez y entrega.
Pero, si no se adoptan medidas contundentes e inmediatas, la mancha de la sospecha pronto acabará cubriendo todo el panorama político nacional y la excepción será entonces hallar a un político honesto. Y no es una exageración.
Según el Fiscal General del Estado, Cándido Conde-Pumpido, en la actualidad hay 730 casos de corrupción abiertos contra partidos políticos en España. Son, simplemente, los casos en los que la Justicia ha podido encontrar indicios para iniciar una investigación.
Con toda probabilidad, habrá muchos más que se cometen con impunidad o con desconocimiento de los ciudadanos. Es triste comprobar que nadie se libra de la tentación, pues están inculpados políticos de todas las tendencias: PSOE, PP, CC, CiU, PA, IU, UM, ERC, BNG, PNV... Una extensa representación de los que engendran en su interior el cáncer del Gürtel, Malaya, Palma Arena, Filesa, Astapa, Pretoria y otros que pudren el noble ejercicio de la política y socavan la confianza de los votantes.
Ante ello sólo cabe actuar con decisión. Hay que apartar a estos corruptos de la política y hay que elegir en consecuencia. La política debe limpiar su espacio de “aprovechados” y los ciudadanos debemos mantener una vigilancia aún más intensa, si cabe. Cualquier cosa, menos mostrar desafección, pues es justamente lo que aguardan quienes confían en saquear el botín. Es lo que tiene vivir en democracia.
La corrupción que aflora en la política causa estragos no sólo en las arcas de los dineros públicos, sino en la calidad de la democracia que tanto esfuerzo ha costado conseguir en este país.
Una percepción que homologa al que se dedica a la “cosa pública” con el delincuente que, tarde o temprano, aprovechará su cargo para enriquecerse ilícitamente. Es injusto catalogar así a los miles de servidores públicos que en municipios, comunidades o en la Administración central se limitan a cumplir con su deber con vocación de honradez y entrega.
Pero, si no se adoptan medidas contundentes e inmediatas, la mancha de la sospecha pronto acabará cubriendo todo el panorama político nacional y la excepción será entonces hallar a un político honesto. Y no es una exageración.
Según el Fiscal General del Estado, Cándido Conde-Pumpido, en la actualidad hay 730 casos de corrupción abiertos contra partidos políticos en España. Son, simplemente, los casos en los que la Justicia ha podido encontrar indicios para iniciar una investigación.
Con toda probabilidad, habrá muchos más que se cometen con impunidad o con desconocimiento de los ciudadanos. Es triste comprobar que nadie se libra de la tentación, pues están inculpados políticos de todas las tendencias: PSOE, PP, CC, CiU, PA, IU, UM, ERC, BNG, PNV... Una extensa representación de los que engendran en su interior el cáncer del Gürtel, Malaya, Palma Arena, Filesa, Astapa, Pretoria y otros que pudren el noble ejercicio de la política y socavan la confianza de los votantes.
Ante ello sólo cabe actuar con decisión. Hay que apartar a estos corruptos de la política y hay que elegir en consecuencia. La política debe limpiar su espacio de “aprovechados” y los ciudadanos debemos mantener una vigilancia aún más intensa, si cabe. Cualquier cosa, menos mostrar desafección, pues es justamente lo que aguardan quienes confían en saquear el botín. Es lo que tiene vivir en democracia.
DANIEL GUERRERO