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Recuerdos de la Alhambra: Escher (y 2)

¿Habría alguien en el planeta Tierra que rechazara una petición de Mick Jagger, líder de los Rolling Stones, para que les diseñara una portada de sus discos? Pues aunque parezca mentira, en la década de los sesenta, Escher recibió una carta suya en la que le pedía que la realizara para el siguiente disco que tenían previsto lanzar al mercado, y el dibujante holandés, ni corto ni perezoso, le dijo que no, que no contaran con él.

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Por mi parte, me imagino la enorme cantidad de pintores, dibujantes y artistas que harían cola para recibir semejante encargo. Y el primero de ellos sería Salvador Dalí, ya que, como vimos, su musa Elena Ivanova, alias Gala, era una auténtica máquina registradora que no hacía ascos a ninguna fuente de la que manara algo de dinero.

¿Por qué razón Maurits Cornelis Escher rechazó un encargo que le habría dado la posibilidad de que su fama se hubiera multiplicado considerablemente con la carátula de un disco de los autores de (I Can’t Get No) Satisfaction y los jóvenes de entonces nos hubiéramos enterado de su existencia, especialmente los de este país en el que se censuraba todo lo que se saliera del tiesto, como fue la portada de Sticky Fingers de los propios Stones?

En los tiempos actuales, el motivo del rechazo nos puede parecer una verdadera tontería. Lo cierto es que la carta que Mick Jagger le remitió iba encabezada del siguiente modo: “Querido Maurits…”. Nada más leerla le produjo un dolor de estómago a nuestro autor. ¿Quiénes eran esos melenudos y andrajosos jovenzuelos que se atrevían a tratarle de ese modo? Y es que Escher, además de ser un personaje muy raro y huraño, estaba “chapado a la antigua”, tal como tiempo atrás se decía.

Y lo de andrajosos lo apunto porque tiempo después sacarían esa maravilla titulada Beggars Banquet (Banquete de los pordioseros) que a los lectores más jóvenes les invitaría a escuchar, y a ver la fotografía interior, para que no piensen que los actuales “abueletes” de la escena musical eran tan previsibles y algo patéticos como lo son en la actualidad.

Pero volvamos a su biografía de Escher y retomemos algo de la vida de este genial dibujante y grabador holandés. Tras su grata estancia en Italia, en 1936 se embarcó en un buque de carga y navegó por la costa española. Dado que contaba con pocos recursos económicos, buscó la manera de que el viaje le saliera gratis, por lo que en los puertos en los que recalaba el barco se dedicaba a hacer grabados para la compañía naviera, que los aceptaba como pago de su estancia en la nave.

Cuando llegó a la costa andaluza, se desplazó a Granada para contemplar el arte musulmán. Quedó sorprendido con los magníficos mosaicos de la Alhambra, ya que las intrincadas formas geométricas de los mismos le fascinaban, por lo que se pasaba horas y horas analizando y tomando bocetos de los azulejos que cubrían las paredes.

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Una vez vuelto a su tierra, Holanda, se entrega a reinterpretar lo que había visto en los monumentos nazaríes granadinos, de modo que llevó a cabo la ejecución de grabados tomando como idea de partida un conjunto de formas y figuras que se complementaban. Es el caso del titulado Evolución II, de 1939, y en el que, desde un centro geométrico, los hexágonos iniciales se van transformando paulatinamente en reptiles que se articulan entre sí, de modo que no queda ningún espacio vacío.

Para lograr estos resultados se ayudó de los consejos de su hermano Berend, que era profesor de Geología en la Universidad de Leiden. Recordemos que Escher había sido un mal estudiante de Matemáticas, por lo que hizo caso a las orientaciones que le ofrecía, en el sentido de que, según su hermano, los grabados que por entonces iniciaba estaban muy relacionados con la cristalografía, es decir con el modo en el que se forman los cristales en la propia naturaleza.

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Del mismo año 1939 es Día y noche, uno de los grabados más populares dentro de las obras realizadas por Escher. Si contemplamos detenidamente el trabajo, comprobamos que el punto de arranque de la composición se encuentra exactamente en la mitad del cuadro, puesto que el suelo, que es cuadrado (aunque con forma romboidal en la visión en perspectiva), a medida que asciende se va transformando en dos aves complementarias: una blanca y la otra negra. Observamos que vuelan hacia el mismo pueblo, presentados de forma simétrica y en extremos opuestos, de modo que en la derecha aparece de día y en la izquierda de noche.

No cabe la menor duda de que los apuntes que fue tomando en su estancia en los palacios granadinos comenzaban a dar sus frutos, ya que esta obra es un derroche de imaginación y creatividad. Con todo, hay que tener una gran formación dentro de la geometría para poder plasmar este trabajo, y eso es lo que finalmente se consolidó en él.

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Otra obra muy conocida de Escher es la denominada Reptiles. En este caso se trata de una litografía, es decir de un grabado realizado previamente a la impresión en una plancha de piedra. Fue ejecutado en 1943, originalmente en blanco y negro, aunque, posteriormente, el propio autor hiciera algunas versiones a color.

En este trabajo se muestra una lámina sobre un suelo en la que aparece dibujada una serie de tres reptiles complementarios que podría ampliarse indefinidamente, todos con el mismo diseño y ocupando el conjunto de la superficie en la que se encuentran. Lo más singular es que, en un momento determinado, comienzan a estar vivos y a caminar por encima de un conjunto de elementos, hasta que de nuevo vuelven a incorporarse a la lámina de la que parten.

Podemos interpretar este grabado como la expresión de un tiempo circular e infinito, tan del gusto del autor holandés, que a fin de cuentas no hacía otra cosa que reinventar los diseños modulares que había aprendido tiempo atrás en tierras andaluzas.

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Estamos viendo que una de las pasiones de Escher consistía en mostrar que el tiempo es eterno y cíclico. Esto ya lo comprobamos en el dibujo de la torre en la que unos encapuchados estaban eternamente bajando o subiendo por las escaleras cerradas de una torre o cuando, en el trabajo de la Cascada, el agua caminaba mansamente por unas láminas hasta que caía en vertical hacia el principio, para repetir por sí misma este movimiento perpetuo.

Pero también el espacio posiblemente sea infinito, aunque nosotros tengamos la falsa sensación de que nos encontramos en el centro y que todo se mueve alrededor nuestro. En la actualidad, es relativamente fácil con los medios digitales elaborar diseños con perspectivas acentuadas; sin embargo, en 1952, año en el que realizó Partición cúbica del espacio, Escher tuvo que acudir a los instrumentos de dibujo para mostrarnos una red de cubos entrelazados dentro de un espacio en el que se alejan indefinidamente.

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Una curiosa xilografía, o grabado utilizando planchas de madera, es la denominada Cinta de Moebius II que realizara en 1963, donde vemos a unas hormigas caminando siempre por el mismo lado, ya que curiosamente solo existe uno. De igual modo, esta cinta solo tiene un borde. Recordemos que esta singular forma fue descubierta por dos matemáticos alemanes, August Ferdinand y Johann Benedict Listing, en 1858.

A pesar de su gran simplicidad, como he apuntado, la Cinta de Moebius posee grandes singularidades, entre ellas las de tener un solo lado y un único borde. Esto lo puede comprobar por sí mismo el lector: basta que a una cinta de papel le haga un giro y pegue los extremos, comprobará que si pasa el dedo por el borde siempre es el mismo; de igual manera, si intentara colorear la cara “interior” de la misma, comprobaría al final que está toda pintada, puesto que no hay interior ni exterior.

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En ocasiones la realidad y la ficción pueden complementarse. Es lo que sucede con la litografía titulada Manos dibujando. Así, si una mano está ocupada en pintar a la otra mano, y si esta segunda también está ocupada en hacerlo con la primera, cabe preguntarse ¿cuál de ellas es la mano real y cuál es la trazada?

No hay respuesta. La realidad y la ficción se unen, de modo que dibujar a fin de cuentas es una especie de engaño, puesto que creíamos ver manos en tres dimensiones, cuando en realidad ambas tienen solo dos: las de la superficie en las que están trazadas.

Para cerrar este segundo capítulo dedicado a Maurits Cornelis Escher, tendría que decir que su vida fue bastante tranquila y apacible, como correspondía a un personaje que no le gustaba el ajetreado mundo del arte. De este modo, cuando contaba con 72 años se recluyó en una residencia para artistas, ya que cuatro años antes, su mujer se había cansado de vivir en el pueblo holandés de Baarn y volvió a Suiza.

Escher falleció en 1972. Su popularidad fue muy inferior a su capacidad creativa. Quizás su carácter un tanto misántropo y su rechazo a la fama, lo contrario de algunos otros artistas como Salvador Dalí o de Andy Warhol que la adoraban, dio lugar a que su reconocimiento no alcanzara al de estos últimos.

AURELIANO SÁINZ
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