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La bolsa de los valores

En algunos artículos me voy a permitir transvasar una serie de reflexiones que dieron su fruto en el aula y, quizás, ayuden a pensar sobre nuestras actuaciones en la vida cotidiana. A este material le falta la parte práctica. Solamente pretendo ofrecer vías de reflexión, no de enseñar nada a nadie.

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Hemos entrado desde hace tiempo en una sociedad en la que todo se vende y se compra a bajo coste. Valores de bajo coste, junto a muebles o pisos de bajo coste. En paralelo, marcha una corta duración de las amistades, los amores, los vínculos que a su brevedad agregan la propensión a la avería. Todo “cuesta” algo, pero nada “vale” nada.

¿Qué es lo que importa en la vida para poder aproximarnos a la felicidad? Dinero, salud, familia, amistades, libertad, realización personal... En los últimos años hemos hecho una transmutación de valores dando más jerarquía a lo puramente material que a lo interior que nos ayuda a crecer como personas.

Interesaba más tener mucho dinero –que, según se dice, no da la felicidad pero ayuda a conseguirla- aunque fuera en detrimento de unas relaciones más humanas, más solidarias. Hemos optado por una supremacía de valores materiales frente a valores morales.

Cuando hablamos de valores nos referirnos a cosas muy diversas: podemos hablar de cosas valiosas (una joya, un animal...) o podemos hablar de acciones humanas a las que consideramos inestimables (salvar una vida, enfrentarse con un peligro, ser honrado, cumplir la palabra dada...).

El concepto de valor es, pues, de aplicación a muy diversos campos. Podemos hablar de valores estéticos, técnicos, morales, corporales, científicos, profesionales, artísticos espirituales, vitales…

En Economía, el término hace referencia al "valor de uso" que damos a las cosas materiales en tanto en cuanto satisfacen nuestras necesidades. Una colección de sellos, un coche o una casa valen tanto o cuanto; hasta a la vida misma le ponemos precio. No es lo mismo "valor" que "precio" aunque, con frecuencia, solemos confundir dichos términos.

En el ámbito social, algo tiene valor si ayuda al sujeto a conseguir una consideración entre los demás. La belleza o la riqueza pueden ser valores preferentes en colectivos como el nuestro. Estos valores sociales no son coincidentes en todas las sociedades.

En el terreno moral, el valor hace referencia a acciones y actos que realizamos los seres humanos libre y conscientemente. Establece lo que es bueno o malo para nosotros, en tanto seres humanos. Por ejemplo, admitimos que decir la verdad es mejor que mentir. El contenido moral, las normas y costumbres de la sociedad en la que vivimos nos van “indicando” la mayoría de nuestras acciones y elecciones. Hablar de valores morales es hablar de Ética.

“El valor es la convicción razonada y firme de que algo es bueno o malo y de que nos conviene más o menos”. Es decir, ese algo es bueno o malo para mí y para los demás. Muchas de las veces, las elecciones que hacemos en nuestra vida nos vienen impuestas y no son fruto sólo de deseos o aficiones: no podemos elegir libremente.

En cambio, hay otras situaciones en la vida en las que ocurre justo lo contrario: querríamos no tener que elegir; quisiéramos que esa elección difícil y complicada la hiciera alguien por mí. En esos momentos, “sentimos” que la libertad nos pesa y nos molesta; y quisiéramos saber hacer buen uso de ella para elegir bien.

Para elegir bien hemos de reflexionar por nosotros mismos, hemos de pensar los pros y los contras de nuestra elección y hemos de considerar qué es lo que más nos conviene –no en un sentido egoísta, sino de realización personal-. Se trata de dirimir qué elección me permitirá sentirme mejor conmigo mismo, más satisfecho de mí, mejor persona; en definitiva, más feliz.

Como seres humanos vivimos en una sociedad, nos construimos y aprendemos de ella. Se podría decir que "igual que el pez necesita el agua, el ser humano necesita la sociedad". La naturaleza del ser humano no es sólo biológica, es también social. Gran parte de lo que somos se lo debemos a esa sociedad, igual que le debemos mucho a los genes, los cuales marcan la herencia biológica que hemos recibido.

El ser humano y la sociedad en que vive no es algo estático, que siempre ha sido como es ahora, ni ha surgido de la noche a la mañana. Ha tenido que hacerse a lo largo de muchos años y muchas peripecias. La humanidad, igual que cada ser humano, tiene que construirse y desarrollarse.

Nuestra vida se va haciendo; es como una narración que vamos escribiendo todos los días; como una obra que vamos elaborando poco a poco; como un camino que tenemos que recorrer incesantemente, abriéndonos paso en una dirección u otra. Por eso, como en un libro, los capítulos finales no se entienden bien si no se conocen los anteriores.

Nuestra vida, como una escultura, es resultado de muchos golpes y de mucha actividad sobre la piedra; como un camino, es algo indeciso, que serpentea, retrocede o avanza buscando una meta, un final que nunca llega, pero que se desea mejor y más cómodo que lo que vamos dejando atrás.

Porque el ser humano es capaz de regirse libremente decimos que puede conducirse moralmente; que tiene una condición moral. A partir de aquí continua e inevitablemente hablamos de moralidad, calificando de buena o mala nuestra conducta o la de los demás.

Por eso decimos de algo que nos ocurre que es justo o injusto; valoramos positivamente unas acciones a las que calificamos de "virtuosas" y "correctas" y negativamente otras, a las que consideramos "viciadas"; premiamos unas conductas y castigamos otras.

Exigimos una “deontología” profesional al médico, al juez, al profesor, al carpintero o al barrendero. Hablamos de la moralidad de la vida pública del magistrado o del político, por poner algún lacerante ejemplo relacionado con la corrupción que no solamente es monetaria.

Hablamos de la moralidad de la vida política que deja mucho que desear con su descarado tráfico de influencias. Hablamos de moralidad continuamente porque está presente en casi todas las acciones que el ser humano realiza en relación con los demás.

En resumen, debemos hablar de una conciencia moral colectiva y también individual de lo bueno o lo malo, de lo que se debe o no hacer en función de unos valores expresados en normas explícitas o implícitas (costumbres, tradiciones, leyes). La conciencia moral y las normas morales son, pues, la base de la conducta moral.

Os dejo con una sugerencia de listado de valores y contravalores, significativos unos, menos importantes otros. Hay más para añadir a este repertorio: simpatía, inteligencia, belleza, diversión, prestigio, riqueza, seguridad, honestidad, poder, trabajo, tolerancia, libertad, amistad, justicia, verdad, solidaridad, elegancia, independencia, valentía, fama, salud, utilidad , injusticia, maldad, mentira, sinceridad, cobardía y un largo etcétera. ¿Por qué valoramos algo? ¿Qué es lo que yo valoro?

Adjunto unas citas significativas extraídas de El utilitarismo, obra de John Stuart Mill (Londres, 20 de mayo de 1806 — Aviñón, Francia, 8 de mayo de 1873):

Es mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho; mejor ser un Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho”.

Después del egoísmo, la principal causa de una vida insatisfactoria es la carencia de la cultura intelectual”.

Y termino con una frase mía: los valores son (como) las dunas de la playa. Contienen los arrebatos (furias) del mar humano y son móviles. Los valores están siempre en crisis porque afortunadamente no son estáticos.

PEPE CANTILLO
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