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Ansias de poder

"¿A quién votaste?" "Voté a UPyD". "¿Por qué?" "Porque me gusta Rosa Díez". "¿Qué te gusta de ella?" "No sé, me gusta lo que dice". "Pero ¿qué dice?" "Pues eso, yo qué sé: me gusta", asevera mi amigo en un intento de explicar por qué ha decidido dar su apoyo a una imagen sin contenido que ni él mismo sabe por qué ha votado.

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Unas diez entrevistas y similares conclusiones: no saben qué ni a quién han votado. Han sido adulados por la telegenia de una señora indignada que plantea muchas goteras pero que no atina a plantear ni una solución para impermeabilizar un sistema político en el que ella lleva moviéndose desde hace más de 32 años. Con coche oficial y sueldos sustanciosos.

Como toda oportunista, se presenta sin ideología. Ni de derechas ni de izquierdas, transversal. Por un lado, afirma estar en favor de los matrimonios homosexuales; por otro, está en contra de la ley reforma de la interrupción voluntaria del embarazo. Su transversalidad le permite incluir en su programa electoral un aumento del gasto militar español, racionalizar los gastos sanitarios, alargar la vida útil de las centrales nucleares y suprimir las autonomías. Sin ideología, evidentemente.

Todo un espectáculo de equilibrismo que consigue embaucar a quienes desconocen la historia reciente de esta vieja conocida de la vida política española. Desde 1979 ha sido de todo: concejal, diputada foral de Vizcaya y en el Parlamento vasco, europarlamentaria, candidata a liderar el Partido Socialista de Euskadi (PSE) y rival de Zapatero en la lucha por la secretaría general del PSOE, de la que salió con el ego hundido como prefacio de su salida del partido en el que entró apenas alcanzada la mayoría de edad.

32 años siendo una privilegiada del sistema que le dan autoridad moral para exigir “regeneración democrática” y “limitación de mandatos de 8 años”. Un ejercicio circense de cinismo que pretende maquillar con una verborrea incendiaria que la trasviste en la Isabel La Católica de la España del siglo XXI.

Es también autora de un tejido discursivo de símbolos e identidades similar al de los nacionalistas excluyentes de Cataluña o País Vasco. La diferencia con el Partido Nacionalista Vasco (PNV) o Convergencia i Unió (CIU) es el trapo que ondea y la identidad que manosea. Atrás quedaron los tiempos en los que era conocida en Euskadi por ser del ala más vasquista del PSE y tendente a pactar con el PNV.

Entonces, allá por el año 1991, fue una de las más firmes defensoras de la alianza entre el socialismo vasco y el PNV. Conformaba en núcleo duro del PSE pactista, junto a Txiki Benegas, Juan Manuel Eguiagaray o Ramón Jáuregui, en contra del radicalismo antinacionalista que defendía Ricardo García Damborenea.

Es más, cuando los socialistas rompieron el pacto de Gobierno con el PNV, tras el Pacto de Lizarra –acuerdo del mundo nacionalista moderado con los abertzales-, se enfrentó a Nicolás Redondo Terreros, entonces secretario general del PSE, y fue de las que más se opuso a la ruptura del acuerdo por el que ella fue consejera de Turismo desde 1991 hasta 1998.

Su ansia de poder y su capacidad de manipulación le permitieron usar la lucha contra el terrorismo como motivo de disidencia dentro de las filas socialistas. En realidad, la negociación del Gobierno de Zapatero con ETA fue la excusa perfecta para formar un partido político que tuvo su germen en la plataforma cívica antiterrorista Basta Ya.

No es casualidad que el ultraderechista Ynestrillas haya pedido el voto para Unión Progreso y Democracia (UPyD) por ser “lo más parecido a la auténtica Falange” o que haya sido la política de referencia de los medios de comunicación de la TDT Party.

Es la única persona capaz de quejarse en Televisión Española de no salir en la propia cadena pública. Y se queda tan ancha y convencida de que es una víctima del sistema por el que lleva merodeando toda su vida.

Ahora, tras su incuestionable éxito electoral, anda mendigando un 0,31 por ciento de votos que le permitan crear grupo parlamentario propio, olvidando que su desfachatez se refleja en las hemerotecas y que, en 2008, se posicionó en contra de que Izquierda Unida (IU) y Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) unieran sus diputados para sumar cinco escaños y constituirse como grupo parlamentario.

En 2008, según ella, los nacionalistas querían dar un “golpe de Estado” para incumplir la ley y disfrutar de las prebendas de poseer bancada en el Congreso; hoy, es de “sentido común y justicia” que dará más voz a los que “ni se sienten representados por PP, PSOE o los nacionalistas”.

Si Rosa Díez cumple con su programa de regeneración democrática, esta Legislatura será la última que permanecerá en el Congreso de los Diputados, tras haber superado dos mandatos como cargo público.

No obstante, su despotismo advierte que su regeneración democrática comienza cuando entre en vigor la modificación de la ley. Es decir, que como los estatutos de su partido lo han aprobado recientemente, cuando se retire de la vida política habrá permanecido 40 años siendo una “víctima del bipartidismo”. “Pues eso, yo qué sé”, como diría mi amigo.
RAÚL SOLÍS
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