Ya estamos finalizando el curso y me encuentro con la ardua tarea de corregir decenas de cuadernos de la publicidad que los alumnos me han presentado como trabajos prácticos de análisis de los miles de mensajes que se reciben en esta sociedad líquida, tal como la llama el sociólogo Zygmunt Bauman.
Son centenares de anuncios los que tengo que observar a ver si están correctamente organizados, aunque he de reconocer que finalmente me dan la ocasión de ver cómo va el mundo a través de estos mensajes cargados de optimismo comercial. Y a pesar de que a muchos les parezca que esto de la publicidad “no va con ellos”, la verdad es que estamos tan impregnados de anuncios que ya los tenemos bien almacenados en nuestro inconsciente.
Así, por ejemplo, si yo dijera la frase “Nokia, connecting people”, estoy seguro que todos los que me leen la conocen y que inmediatamente se les viene a la memoria esa exitosa empresa finlandesa que ha arrasado en el campo de la telefonía móvil.
Es posible que de Finlandia el lector apenas sepa algo más; no obstante, mantiene esa imagen de país maravilloso que le ha sido transmitida por los medios de comunicación y la publicidad de Nokia. Lo que quizás no sepa es que, siguiendo los pasos de su “hermana” Movistar, Nokia despedirá 7.000 trabajadores hasta 2012. La verdad que tenemos que sentirnos orgullosos de que “nuestra” Movistar solo hará un recorte de plantilla de 8.500 puestos de trabajo en los próximos años, a pesar de las multimillonarias ganancias que tanto una como la otra tienen.
Pero es que los vulgares ciudadanos de a pie no entendemos lo complicado que es esto del capitalismo neoliberal o de esa sociedad líquida de la que nos habla Bauman: los beneficios son enormes y al mismo tiempo ponen en la calle a miles de trabajadores. Un auténtico enigma.
En nuestra ayuda viene el sociólogo de origen polaco para decirnos que hoy vivimos en un capitalismo líquido, que a fin de cuentas es una sociedad de consumidores. Parte de la teoría de que hemos pasado de una sociedad sólida de productores a otra en la que los beneficios no surgen principalmente de la explotación de la fuerza de trabajo sino de la explotación de los deseos a partir del consumo y sobre todo del crédito. Esto quiere decir que el capitalismo financiero es el que ahora manda.
Bueno, pues si ya en este nuevo capitalismo estamos todos metidos hasta el cuello, lo mejor que pueden hacer las empresas es contarnos que la vida es maravillosa, que todo está al alcance de todos, puesto que a nadie se le va a impedir que pueda comprarse aquello que le apetezca. Y, claro, nos lo dicen a través del fantástico mundo de la publicidad.
Se acabaron, pues, las clases sociales: ricos, menos ricos y pobres estamos todos igualados. Solo son pequeños matices, puesto que cualquiera puede ir a los grandes almacenes a darse el gustazo de comprar cualquier producto de Gucci, Loewe, Louis Vuitton o Dolce & Gabbana.
Claro está que los ricos también tienen sus problemas y también sufren como cualquiera que haya acampado en la Puerta del Sol estas últimas semanas. Veamos si no algunos anuncios que nos lo demuestran fehacientemente.
Aquí, por ejemplo, tenemos a un grupo de jóvenes que han acampado en Beverly Hills para llevar a cabo sus duras reivindicaciones. Tommy Hilfiger, marca estadounidense que los patrocina, ha seguido las pautas de los “indignados” españoles y ahí los tenemos sufriendo a la dura intemperie.
¿Y qué reivindican? Pues más o menos lo mismo que aquí, pero adecuado a su idiosincrasia. Por ejemplo, quieren tener el mismo coche que Paris Hilton, beber el mismo champán que Britney Spears o que el papá que Miles Cyrus (es decir, Billy Ray Cyrus, músico de country) les proporcione más pistas de tenis. Como vemos sufren grandes discriminaciones que no pueden tolerarse.
Y aunque no lo parezca, los ricos también son sensibles al deterioro del medio ambiente, por lo que reciclan, van en bici al trabajo y sufren la deforestación del planeta Tierra al igual que lo hacen los ecologistas más convencidos.
Esto se comprueba claramente en el segundo anuncio. Aquí nos topamos con dos chicas de vidas tranquilas y sin altibajos que han escuchado algo acerca de una central nuclear de Japón, llamada Fukushima, o cosa por el estilo. Y como son tan sensibles, ellas también protestan y sufren por lo que les ocurre a los pobres japoneses. Y para que se vea su nivel de solidaridad, se han puesto flores en la cabeza, como los antiguos hippies, y salen a tomar el té al jardín, como señal de su amor por las flores, las plantas y los pajaritos. Todo un signo de rebeldía.
Y si de sufrir se trata, la imagen que nos ofrece Lolita Lempicka es verdaderamente estremecedora. Ha consultado los índices en la Bolsa y no ha soportado la caída de sus acciones. Vamos, que literalmente se ha desplomado del disgusto. Como cualquier empleada de Carrefour, sufre los avatares de los vertiginosos cambios bursátiles, por lo que está pensando que es mejor trasladar sus “ahorrillos” a las Islas Caimán, ya que allí estarán definitivamente a salvo, puesto que los paraísos fiscales ni se tocan. ¡Faltaría más!
Como puedes ver, amigo lector / amiga lectora, entramos en un mundo en el que ya todos ya padecemos los mismos problemas.
La publicidad nos demuestra que ser rico o pobre no tiene ninguna importancia, que lo de las clases sociales era un mito inventado para enturbiar la mente de los más incautos. Hemos llegado al fin de la Historia, tal como profetizaba el teórico neocon Francis Fukuyama.
Los ricos son felices, de eso no nos cabe la menor duda; pero, con este breve repaso publicitario, que ampliaremos en otras sesiones, hemos comprobado que ellos también tienen su pequeño corazón: sufren y se “indignan” como lo hacen esos pobretones que no tienen otra cosa que hacer que ponerse a acampar en las plazas de este país.
Solo piden un poco de comprensión, y que cuando vuelvan a pasarlas canutas y estallen otras de sus burbujas, no hagamos como en Islandia, y vayamos prestos a salvarlos como hemos hecho disciplinadamente en estos últimos años.
Son centenares de anuncios los que tengo que observar a ver si están correctamente organizados, aunque he de reconocer que finalmente me dan la ocasión de ver cómo va el mundo a través de estos mensajes cargados de optimismo comercial. Y a pesar de que a muchos les parezca que esto de la publicidad “no va con ellos”, la verdad es que estamos tan impregnados de anuncios que ya los tenemos bien almacenados en nuestro inconsciente.
Así, por ejemplo, si yo dijera la frase “Nokia, connecting people”, estoy seguro que todos los que me leen la conocen y que inmediatamente se les viene a la memoria esa exitosa empresa finlandesa que ha arrasado en el campo de la telefonía móvil.
Es posible que de Finlandia el lector apenas sepa algo más; no obstante, mantiene esa imagen de país maravilloso que le ha sido transmitida por los medios de comunicación y la publicidad de Nokia. Lo que quizás no sepa es que, siguiendo los pasos de su “hermana” Movistar, Nokia despedirá 7.000 trabajadores hasta 2012. La verdad que tenemos que sentirnos orgullosos de que “nuestra” Movistar solo hará un recorte de plantilla de 8.500 puestos de trabajo en los próximos años, a pesar de las multimillonarias ganancias que tanto una como la otra tienen.
Pero es que los vulgares ciudadanos de a pie no entendemos lo complicado que es esto del capitalismo neoliberal o de esa sociedad líquida de la que nos habla Bauman: los beneficios son enormes y al mismo tiempo ponen en la calle a miles de trabajadores. Un auténtico enigma.
En nuestra ayuda viene el sociólogo de origen polaco para decirnos que hoy vivimos en un capitalismo líquido, que a fin de cuentas es una sociedad de consumidores. Parte de la teoría de que hemos pasado de una sociedad sólida de productores a otra en la que los beneficios no surgen principalmente de la explotación de la fuerza de trabajo sino de la explotación de los deseos a partir del consumo y sobre todo del crédito. Esto quiere decir que el capitalismo financiero es el que ahora manda.
Bueno, pues si ya en este nuevo capitalismo estamos todos metidos hasta el cuello, lo mejor que pueden hacer las empresas es contarnos que la vida es maravillosa, que todo está al alcance de todos, puesto que a nadie se le va a impedir que pueda comprarse aquello que le apetezca. Y, claro, nos lo dicen a través del fantástico mundo de la publicidad.
Se acabaron, pues, las clases sociales: ricos, menos ricos y pobres estamos todos igualados. Solo son pequeños matices, puesto que cualquiera puede ir a los grandes almacenes a darse el gustazo de comprar cualquier producto de Gucci, Loewe, Louis Vuitton o Dolce & Gabbana.
Claro está que los ricos también tienen sus problemas y también sufren como cualquiera que haya acampado en la Puerta del Sol estas últimas semanas. Veamos si no algunos anuncios que nos lo demuestran fehacientemente.
Aquí, por ejemplo, tenemos a un grupo de jóvenes que han acampado en Beverly Hills para llevar a cabo sus duras reivindicaciones. Tommy Hilfiger, marca estadounidense que los patrocina, ha seguido las pautas de los “indignados” españoles y ahí los tenemos sufriendo a la dura intemperie.
¿Y qué reivindican? Pues más o menos lo mismo que aquí, pero adecuado a su idiosincrasia. Por ejemplo, quieren tener el mismo coche que Paris Hilton, beber el mismo champán que Britney Spears o que el papá que Miles Cyrus (es decir, Billy Ray Cyrus, músico de country) les proporcione más pistas de tenis. Como vemos sufren grandes discriminaciones que no pueden tolerarse.
Y aunque no lo parezca, los ricos también son sensibles al deterioro del medio ambiente, por lo que reciclan, van en bici al trabajo y sufren la deforestación del planeta Tierra al igual que lo hacen los ecologistas más convencidos.
Esto se comprueba claramente en el segundo anuncio. Aquí nos topamos con dos chicas de vidas tranquilas y sin altibajos que han escuchado algo acerca de una central nuclear de Japón, llamada Fukushima, o cosa por el estilo. Y como son tan sensibles, ellas también protestan y sufren por lo que les ocurre a los pobres japoneses. Y para que se vea su nivel de solidaridad, se han puesto flores en la cabeza, como los antiguos hippies, y salen a tomar el té al jardín, como señal de su amor por las flores, las plantas y los pajaritos. Todo un signo de rebeldía.
Y si de sufrir se trata, la imagen que nos ofrece Lolita Lempicka es verdaderamente estremecedora. Ha consultado los índices en la Bolsa y no ha soportado la caída de sus acciones. Vamos, que literalmente se ha desplomado del disgusto. Como cualquier empleada de Carrefour, sufre los avatares de los vertiginosos cambios bursátiles, por lo que está pensando que es mejor trasladar sus “ahorrillos” a las Islas Caimán, ya que allí estarán definitivamente a salvo, puesto que los paraísos fiscales ni se tocan. ¡Faltaría más!
Como puedes ver, amigo lector / amiga lectora, entramos en un mundo en el que ya todos ya padecemos los mismos problemas.
La publicidad nos demuestra que ser rico o pobre no tiene ninguna importancia, que lo de las clases sociales era un mito inventado para enturbiar la mente de los más incautos. Hemos llegado al fin de la Historia, tal como profetizaba el teórico neocon Francis Fukuyama.
Los ricos son felices, de eso no nos cabe la menor duda; pero, con este breve repaso publicitario, que ampliaremos en otras sesiones, hemos comprobado que ellos también tienen su pequeño corazón: sufren y se “indignan” como lo hacen esos pobretones que no tienen otra cosa que hacer que ponerse a acampar en las plazas de este país.
Solo piden un poco de comprensión, y que cuando vuelvan a pasarlas canutas y estallen otras de sus burbujas, no hagamos como en Islandia, y vayamos prestos a salvarlos como hemos hecho disciplinadamente en estos últimos años.
AURELIANO SÁINZ