Lo improbable no es imposible. Es la moraleja que nos ha querido enseñar el movimiento telúrico del Pacífico. El accidente en la planta nuclear de Fukushima ha ilegitimado, con la fuerza con la que nos contradice siempre la naturaleza, a los defensores de la energía nuclear. El terremoto y posterior tsunami ha metido en el armario a los pro-nucleares. Esperan que se enfríen los reactores de la planta de Fukushima para seguir con su conquista nuclear.
Tras la tragedia de 1986 en Chernóbil, donde se registraron más de 10.000 casos de cánceres de tiroides, 30 fallecimientos inmediatos e, incluso hoy, siguen naciendo miles de bebés con malformaciones, los adalides de las nucleares se volvieron tímidos en su carrera por nuclearizar el mundo. Callaron a la espera de que vinieran mejores tiempos para su pedagogía asesina. ¡Chicos listos!
En su campaña colonial llamaron involucionistas a los grinpís –denominación despectiva con la que llaman a los ecologistas–. Con el calentamiento de los reactores y la futura explosión del complejo atómico de Fukushima explotarán sus esperanzas, y aumenta su temor a un debate público en el que los ciudadanos se informen libremente sobre los peligros que tienen estas máquinas de matar.
Afirmar la imposibilidad de que España sea víctima de un terremoto es negar la peligrosidad de estos mega-complejos que alimentan las arcas de no pocas empresas, fundaciones y “hombres de negocios” a costa de jugar con la seguridad de las poblaciones donde se instalan. Estos kamikazes obvian que Europa sigue siendo un objetivo del terrorismo internacional y que los terroristas para cumplir con sus objetivos saben dónde hay que atacar.
Europa y la opinión pública parece que han vomitado el somnífero que los lobbies nucleares, apoyados por los partidos conservadores europeos, les habían suministrado para que no fuéramos conscientes del peligro que supone su negocio multimillonario –solo la central de Garoña factura más de 250 millones de euros al día-.
Ni las mismas autoridades se ponen de acuerdo sobre la seguridad de las 143 plantas nucleares que hay en Europa. El comisario europeo de la Energía, el alemán Oettinger, ha afirmado que “muchos de los reactores europeos no pasarían una prueba de estrés”. Francia, líder mundial en energía nuclear, no ha tardado en reprender al responsable de la política energética de la UE.
Los que ayer defendían con arrojo las energías nucleares, se han convertido en tímidos y solo poseen una consigna: clamar a la maldad de los ecologistas y de los grupos de izquierdas. Paradójicamente, el PP pide que no tomemos decisiones desde la “emoción ciega” que nos ocasiona ver la tragedia humana de Japón.
En el enésimo ejercicio de cinismo de la derecha española, caracterizada por legislar a golpe de telediario: quiere esperar a que pase el revuelo mediático para tomar una decisión. Los que han modificado el Código Penal con las vísceras, los que proponen endurecer la Ley del Menor al compás de los asesinatos de Marta del Castillo o la niña Mari Luz o los que son capaces de “fichar” como asesor jurídico al padre de la niña onubense –sin formación jurídica-, no quieren decidir “en caliente”.
Seguramente, la solución a nuestro futuro energético no pase por los deseos de los ecologistas. Ni por los planes de los conservadores europeos –liderados por Cameron, Sarkozy, Rajoy o Aznar-, portavoces de los intereses de las multinacionales energéticas que se reparten en dinero contante y sonante los jugosos beneficios.
Tampoco la solución a este clima de incertidumbre es el cierre inmediato de las centrales nucleares, pero sí creo que ha llegado el momento del “abandono medido de la energía atómica” y que usemos la energía nuclear “como puente de transición hacia las renovables”, en coincidencia con la canciller alemana.
Defender que los Estados inviertan en energías limpias, renovables y sostenibles no es burdo, ni utópico ni antidesarrollista. Precisamente, quienes defienden el abandono progresivo de la dependencia energética con el uranio y el plutonio están intentando que ningún ser humano sufra nunca más la catástrofe que están padeciendo los miles de japoneses que ven el futuro con incertidumbre.
Un tercio del consumo energético de los países de la UE procede de plantas muy parecidas a las de Fukushima. No podemos dejar que el debate energético se enfríe para que los que quieren construir un mundo de espaldas a la humanidad aprovechen nuestro silencio para matarnos con permiso. Ni los grinpís son antidesarrollistas ni los pro-nucleares son desarrollistas, pero la energía nuclear no es barata. Ni limpia. Ni segura.
Abogar por energías renovables es la apuesta inteligente. No podemos seguir siendo tan arrogantes de pensar que somos más ávidos que la naturaleza. La historia reciente nos ha demostrado lo equivocado que están esos seres superiores que, a falta de argumentos para defender la energía nuclear, se dedican a insultar, arremeter y demonizar a los antinucleares. Viejo truco: matar al mensajero.
Tras la tragedia de 1986 en Chernóbil, donde se registraron más de 10.000 casos de cánceres de tiroides, 30 fallecimientos inmediatos e, incluso hoy, siguen naciendo miles de bebés con malformaciones, los adalides de las nucleares se volvieron tímidos en su carrera por nuclearizar el mundo. Callaron a la espera de que vinieran mejores tiempos para su pedagogía asesina. ¡Chicos listos!
En su campaña colonial llamaron involucionistas a los grinpís –denominación despectiva con la que llaman a los ecologistas–. Con el calentamiento de los reactores y la futura explosión del complejo atómico de Fukushima explotarán sus esperanzas, y aumenta su temor a un debate público en el que los ciudadanos se informen libremente sobre los peligros que tienen estas máquinas de matar.
Afirmar la imposibilidad de que España sea víctima de un terremoto es negar la peligrosidad de estos mega-complejos que alimentan las arcas de no pocas empresas, fundaciones y “hombres de negocios” a costa de jugar con la seguridad de las poblaciones donde se instalan. Estos kamikazes obvian que Europa sigue siendo un objetivo del terrorismo internacional y que los terroristas para cumplir con sus objetivos saben dónde hay que atacar.
Europa y la opinión pública parece que han vomitado el somnífero que los lobbies nucleares, apoyados por los partidos conservadores europeos, les habían suministrado para que no fuéramos conscientes del peligro que supone su negocio multimillonario –solo la central de Garoña factura más de 250 millones de euros al día-.
Ni las mismas autoridades se ponen de acuerdo sobre la seguridad de las 143 plantas nucleares que hay en Europa. El comisario europeo de la Energía, el alemán Oettinger, ha afirmado que “muchos de los reactores europeos no pasarían una prueba de estrés”. Francia, líder mundial en energía nuclear, no ha tardado en reprender al responsable de la política energética de la UE.
Los que ayer defendían con arrojo las energías nucleares, se han convertido en tímidos y solo poseen una consigna: clamar a la maldad de los ecologistas y de los grupos de izquierdas. Paradójicamente, el PP pide que no tomemos decisiones desde la “emoción ciega” que nos ocasiona ver la tragedia humana de Japón.
En el enésimo ejercicio de cinismo de la derecha española, caracterizada por legislar a golpe de telediario: quiere esperar a que pase el revuelo mediático para tomar una decisión. Los que han modificado el Código Penal con las vísceras, los que proponen endurecer la Ley del Menor al compás de los asesinatos de Marta del Castillo o la niña Mari Luz o los que son capaces de “fichar” como asesor jurídico al padre de la niña onubense –sin formación jurídica-, no quieren decidir “en caliente”.
Seguramente, la solución a nuestro futuro energético no pase por los deseos de los ecologistas. Ni por los planes de los conservadores europeos –liderados por Cameron, Sarkozy, Rajoy o Aznar-, portavoces de los intereses de las multinacionales energéticas que se reparten en dinero contante y sonante los jugosos beneficios.
Tampoco la solución a este clima de incertidumbre es el cierre inmediato de las centrales nucleares, pero sí creo que ha llegado el momento del “abandono medido de la energía atómica” y que usemos la energía nuclear “como puente de transición hacia las renovables”, en coincidencia con la canciller alemana.
Defender que los Estados inviertan en energías limpias, renovables y sostenibles no es burdo, ni utópico ni antidesarrollista. Precisamente, quienes defienden el abandono progresivo de la dependencia energética con el uranio y el plutonio están intentando que ningún ser humano sufra nunca más la catástrofe que están padeciendo los miles de japoneses que ven el futuro con incertidumbre.
Un tercio del consumo energético de los países de la UE procede de plantas muy parecidas a las de Fukushima. No podemos dejar que el debate energético se enfríe para que los que quieren construir un mundo de espaldas a la humanidad aprovechen nuestro silencio para matarnos con permiso. Ni los grinpís son antidesarrollistas ni los pro-nucleares son desarrollistas, pero la energía nuclear no es barata. Ni limpia. Ni segura.
Abogar por energías renovables es la apuesta inteligente. No podemos seguir siendo tan arrogantes de pensar que somos más ávidos que la naturaleza. La historia reciente nos ha demostrado lo equivocado que están esos seres superiores que, a falta de argumentos para defender la energía nuclear, se dedican a insultar, arremeter y demonizar a los antinucleares. Viejo truco: matar al mensajero.
RAÚL SOLÍS