Estoy convencido de que nos encontramos en la segunda revolución de la comunicación. Y como toda revolución, en este caso de tipo cultural, a mucha gente le coge a contrapié y difícilmente se adapta al cambio que se produce delante de ellos. No cabe la menor duda de que en la década de los noventa del siglo pasado, con la irrupción de Internet, se estaban gestando unas transformaciones que iban a modificar las relaciones sociales en un sentido desconocido hasta la fecha.
Ya es de dominio común que, con Internet de fondo, las denominadas redes sociales están cambiando el panorama a nivel mundial a pasos acelerados. No hay más que mirar a los países árabe-musulmanes del norte de África y de Oriente Próximo para darse cuenta de que en algunos de ellos las redes sociales han sido un factor que ha servido para impulsar o apoyar las iniciales contestaciones a los regímenes dictatoriales. Aunque una vez prendida la mecha, son las fuertes injusticias en las que se ve envuelta la población el motor de las revueltas.
Y si esta es la segunda, ¿cuál fue la primera revolución de las comunicaciones? Comparto con mi amigo Juan Daniel Ramírez, que es catedrático de Psicología en la Universidad Pablo de Olavide, que la aparición de la imprenta fue el motor de un cambio que modificó el conocimiento humano.
Este hecho, que ya todos sabemos es atribuido al alemán Johannes Gutenberg, implicó que el libro pasara de ser manuscrito a ser un objeto impreso. Es decir, de ser obras únicas a las que accedían los monjes de los monasterios en los que se encontraban los manuscritos a obras que estuvieran al alcance de todos, por lo que el conocimiento ya no estaba monopolizado.
Así, la Reforma protestante, encabezada por el agustino alemán Martín Lutero, difícilmente se habría producido si la Biblia, que fue el primer libro que se imprimió, no hubiera estado al alcance de la población, puesto que de este modo el creyente podía tener acceso personal a “la palabra de Dios” sin el clero que servía de intermediario.
Ni que decir tiene que el poder que tenía el clero católico fue puesto en cuestionamiento, ya que perdía uno de sus pilares básicos. No voy a entrar aquí en las posteriores guerras de religión que asolaron a Europa y que condujeron a la división de países católicos, ubicados especialmente en el sur, y protestantes, en el centro y el norte del continente.
Pues bien, aunque nadie lo haya decretado, en la actualidad nos encontramos ante unos cambios que cada vez generan más información y más autonomía en las personas, especialmente en aquellos sectores que se encuentran muy ligados a las nuevas tecnologías. Son hechos, en principio, muy positivos y que hay que darles la bienvenida.
¿No es acaso un hecho muy favorable la propia existencia de Montilla Digital? Años atrás, la información local se obtenía a través de los diarios provinciales impresos o de las revistas que mensualmente se publicaban (en mi caso, conservo muy gratos recuerdos de cuando editábamos Utopía).
Pero es muy distinto el que se pueda recibir información actualizada de lo que acontece en Montilla, así como que pueda escribir gente montillana o los que nos sintamos muy ligados a esta localidad; también que sus lectores tengan la posibilidad de comentar las noticias o los artículos que aparecen en sus páginas digitales. Es un claro ejemplo de democratización y de participación, puesto que todos pueden exponer sus opiniones sin más trabas que, lógicamente, las de la corrección y el respeto.
Pero hay sectores sociales o estamentos que se resisten a estas transformaciones. No quieren perder esa parcela de poder o de estatus que tenían antes de la aparición de estas nuevas tecnologías de la comunicación. Ya hablaré en otro momento de cómo les está afectando a muchos profesores que ven que su modo tradicional de dar la clase está siendo cuestionado, y se resisten a aceptar unos cambios que ya están presentes.
Por mi parte, desde hace tiempo tengo creado algunos blogs de las distintas asignaturas que imparto. En ellos, tengo puesto tanto los trabajos de dibujos o imágenes realizadas por los alumnos, como los carteles o anuncios que estudiamos en la clase. Conforman un apoyo magnífico con el que cuento para avanzar en esas asignaturas.
Pero si hay un estamento al que parece que Internet y las redes sociales le sienta muy mal es al alto clero, es decir a los señores obispos que ven en ellas algo así como “la mano del maligno”.
Sobre estos santos varones no me voy a extender mucho, pues pareciera que vivieran en otra galaxia cuando hablan de temas sociales; no tienen suficiente comprobar cómo año tras año se vacían las iglesias, en parte por esa paradoja de que los valores evangélicos van por un lado y ellos por otro.
Y si los cito en este artículo se debe a que las últimas declaraciones realizadas por Antonio María Rouco Valera, el casi anciano presidente de la Conferencia Episcopal Española, sobre las redes sociales son una vuelta de tuerca a los dislates que sueltan de vez en cuando.
Pero antes voy a traer las últimas citas que he escuchado a algunos de sus miembros, porque a mí se me pone blanco de todo y como escarpias el escaso pelo que me queda, cuando les oigo por la televisión o por la radio.
Comienzo por el obispo de Córdoba, ya que es el que tenemos más cerca. Demetrio Fernández, que es así como se llama, no hace mucho declaró que “la Unesco tiene un plan programado para los próximos 20 años para hacer que la población mundial sea homosexual”. ¡Santo cielo! Yo me quedo horrorizado al saber que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura se dedica a que los niños del Tercer Mundo en vez de aprender lo que van a necesitar para su futuro lo que se les regala es un kit con todos los artilugios para “hacerse homosexuales”.
Ya me imagino en el futuro a las madres de, por ejemplo, Malí, con sus esbeltas figuras caminando con sus cántaros a la cabeza y acompañadas de sus niños, tal como Dios los trajo al mundo, pero eso sí, llevando un bolsito rosa con la gatita de Hello Kitty. ¡No me digáis que no es una auténtica maldad pretender hacer eso con los pequeños africanos!
Y como ya todo el mundo tiene uno o más móviles y se está enganchadísimo a ellos, Antonio Martínez Camino, portavoz de la citada Conferencia, nos advierte de que “el matrimonio en España ha dejado de existir”, ya que “el matrimonio civil es un contrato más leve que el que los ciudadanos firman para la prestación de un servicio telefónico”.
Aquí sí que tiene razón: quien intente “divorciarse” de su compañía telefónica se va a encontrarse más problemas que cuando se hace no solo por los tribunales ordinarios sino también por el Tribunal de la Rota, el que anula los matrimonios eclesiásticos. Y si no que se lo pregunten a Julio Iglesias, que con una numerosa prole y una cuenta corriente así de grande logró a la velocidad de la luz su anulación con la Preysler.
Pero no nos desviemos del tema. Vayamos al grano. Un señor, del que desconozco si sabe lo que son Facebook, Tuenti o Twitter, da una severa advertencia a las nuevas generaciones que están despistadísimas. Rouco Varela les avisa con toda la seriedad del mundo: “las redes sociales exponen a los jóvenes a la influencia desorientadora del relativismo”.
¡Vaya con los jóvenes!: no saben lo que quieren; y de lo que quieren tampoco están muy seguros. Más aún, y lo que es peor: parece que todo les da igual. Según su eminencia, su relativismo es tal que no condenan como hacen ellos las decisiones de los conflictos humanos (divorcio, aborto, sexualidad, anticonceptivos, homosexualidad...).
Me temo que al señor obispo le molesta que uno de los valores más extendidos en la juventud sea la tolerancia, entendida como aceptación de que los demás puedan decidir sobre aquello que les afecta íntimamente; cosa que ellos llaman “relativismo”, puesto que, acostumbrados como están a condenar todo lo que no encaja en su rígida moral, les viene muy mal que los jóvenes encima estén informados y conectados a través de unos medios, como las redes sociales, que ellos no controlan.
Y por si fuera poco lo del “relativismo”, vuelve a insistir: “las redes sociales promueven un estilo de vida, virtual, vacío, de encuentros y relaciones inmersas en la mayor de las incertidumbres”.
Como de las redes sociales los jóvenes de hoy saben un montón, contactaré con mis alumnos y alumnas, puesto que ya les he informado de que los necesito para confeccionar algunos artículos para Montilla Digital. Hablaré y debatiré con ellos para ver sin ya han sentido la “influencia desorientadora del relativismo, o si encuentran que sus relaciones son vacías y están cargados de incertidumbres”. Seguro que habrá sorpresas.
Posdata: Por cierto, el último artículo que escribí para Montilla Digital, Por Eastpark, yo ma-to, lo hemos visto en la clase proyectado en la pantalla y lo hemos leído, junto a los comentarios. Posteriormente, hubo debate. Solo deciros que ha sido una magnífica experiencia, que espero repetir.
Ya es de dominio común que, con Internet de fondo, las denominadas redes sociales están cambiando el panorama a nivel mundial a pasos acelerados. No hay más que mirar a los países árabe-musulmanes del norte de África y de Oriente Próximo para darse cuenta de que en algunos de ellos las redes sociales han sido un factor que ha servido para impulsar o apoyar las iniciales contestaciones a los regímenes dictatoriales. Aunque una vez prendida la mecha, son las fuertes injusticias en las que se ve envuelta la población el motor de las revueltas.
Y si esta es la segunda, ¿cuál fue la primera revolución de las comunicaciones? Comparto con mi amigo Juan Daniel Ramírez, que es catedrático de Psicología en la Universidad Pablo de Olavide, que la aparición de la imprenta fue el motor de un cambio que modificó el conocimiento humano.
Este hecho, que ya todos sabemos es atribuido al alemán Johannes Gutenberg, implicó que el libro pasara de ser manuscrito a ser un objeto impreso. Es decir, de ser obras únicas a las que accedían los monjes de los monasterios en los que se encontraban los manuscritos a obras que estuvieran al alcance de todos, por lo que el conocimiento ya no estaba monopolizado.
Así, la Reforma protestante, encabezada por el agustino alemán Martín Lutero, difícilmente se habría producido si la Biblia, que fue el primer libro que se imprimió, no hubiera estado al alcance de la población, puesto que de este modo el creyente podía tener acceso personal a “la palabra de Dios” sin el clero que servía de intermediario.
Ni que decir tiene que el poder que tenía el clero católico fue puesto en cuestionamiento, ya que perdía uno de sus pilares básicos. No voy a entrar aquí en las posteriores guerras de religión que asolaron a Europa y que condujeron a la división de países católicos, ubicados especialmente en el sur, y protestantes, en el centro y el norte del continente.
Pues bien, aunque nadie lo haya decretado, en la actualidad nos encontramos ante unos cambios que cada vez generan más información y más autonomía en las personas, especialmente en aquellos sectores que se encuentran muy ligados a las nuevas tecnologías. Son hechos, en principio, muy positivos y que hay que darles la bienvenida.
¿No es acaso un hecho muy favorable la propia existencia de Montilla Digital? Años atrás, la información local se obtenía a través de los diarios provinciales impresos o de las revistas que mensualmente se publicaban (en mi caso, conservo muy gratos recuerdos de cuando editábamos Utopía).
Pero es muy distinto el que se pueda recibir información actualizada de lo que acontece en Montilla, así como que pueda escribir gente montillana o los que nos sintamos muy ligados a esta localidad; también que sus lectores tengan la posibilidad de comentar las noticias o los artículos que aparecen en sus páginas digitales. Es un claro ejemplo de democratización y de participación, puesto que todos pueden exponer sus opiniones sin más trabas que, lógicamente, las de la corrección y el respeto.
Pero hay sectores sociales o estamentos que se resisten a estas transformaciones. No quieren perder esa parcela de poder o de estatus que tenían antes de la aparición de estas nuevas tecnologías de la comunicación. Ya hablaré en otro momento de cómo les está afectando a muchos profesores que ven que su modo tradicional de dar la clase está siendo cuestionado, y se resisten a aceptar unos cambios que ya están presentes.
Por mi parte, desde hace tiempo tengo creado algunos blogs de las distintas asignaturas que imparto. En ellos, tengo puesto tanto los trabajos de dibujos o imágenes realizadas por los alumnos, como los carteles o anuncios que estudiamos en la clase. Conforman un apoyo magnífico con el que cuento para avanzar en esas asignaturas.
Pero si hay un estamento al que parece que Internet y las redes sociales le sienta muy mal es al alto clero, es decir a los señores obispos que ven en ellas algo así como “la mano del maligno”.
Sobre estos santos varones no me voy a extender mucho, pues pareciera que vivieran en otra galaxia cuando hablan de temas sociales; no tienen suficiente comprobar cómo año tras año se vacían las iglesias, en parte por esa paradoja de que los valores evangélicos van por un lado y ellos por otro.
Y si los cito en este artículo se debe a que las últimas declaraciones realizadas por Antonio María Rouco Valera, el casi anciano presidente de la Conferencia Episcopal Española, sobre las redes sociales son una vuelta de tuerca a los dislates que sueltan de vez en cuando.
Pero antes voy a traer las últimas citas que he escuchado a algunos de sus miembros, porque a mí se me pone blanco de todo y como escarpias el escaso pelo que me queda, cuando les oigo por la televisión o por la radio.
Comienzo por el obispo de Córdoba, ya que es el que tenemos más cerca. Demetrio Fernández, que es así como se llama, no hace mucho declaró que “la Unesco tiene un plan programado para los próximos 20 años para hacer que la población mundial sea homosexual”. ¡Santo cielo! Yo me quedo horrorizado al saber que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura se dedica a que los niños del Tercer Mundo en vez de aprender lo que van a necesitar para su futuro lo que se les regala es un kit con todos los artilugios para “hacerse homosexuales”.
Ya me imagino en el futuro a las madres de, por ejemplo, Malí, con sus esbeltas figuras caminando con sus cántaros a la cabeza y acompañadas de sus niños, tal como Dios los trajo al mundo, pero eso sí, llevando un bolsito rosa con la gatita de Hello Kitty. ¡No me digáis que no es una auténtica maldad pretender hacer eso con los pequeños africanos!
Y como ya todo el mundo tiene uno o más móviles y se está enganchadísimo a ellos, Antonio Martínez Camino, portavoz de la citada Conferencia, nos advierte de que “el matrimonio en España ha dejado de existir”, ya que “el matrimonio civil es un contrato más leve que el que los ciudadanos firman para la prestación de un servicio telefónico”.
Aquí sí que tiene razón: quien intente “divorciarse” de su compañía telefónica se va a encontrarse más problemas que cuando se hace no solo por los tribunales ordinarios sino también por el Tribunal de la Rota, el que anula los matrimonios eclesiásticos. Y si no que se lo pregunten a Julio Iglesias, que con una numerosa prole y una cuenta corriente así de grande logró a la velocidad de la luz su anulación con la Preysler.
Pero no nos desviemos del tema. Vayamos al grano. Un señor, del que desconozco si sabe lo que son Facebook, Tuenti o Twitter, da una severa advertencia a las nuevas generaciones que están despistadísimas. Rouco Varela les avisa con toda la seriedad del mundo: “las redes sociales exponen a los jóvenes a la influencia desorientadora del relativismo”.
¡Vaya con los jóvenes!: no saben lo que quieren; y de lo que quieren tampoco están muy seguros. Más aún, y lo que es peor: parece que todo les da igual. Según su eminencia, su relativismo es tal que no condenan como hacen ellos las decisiones de los conflictos humanos (divorcio, aborto, sexualidad, anticonceptivos, homosexualidad...).
Me temo que al señor obispo le molesta que uno de los valores más extendidos en la juventud sea la tolerancia, entendida como aceptación de que los demás puedan decidir sobre aquello que les afecta íntimamente; cosa que ellos llaman “relativismo”, puesto que, acostumbrados como están a condenar todo lo que no encaja en su rígida moral, les viene muy mal que los jóvenes encima estén informados y conectados a través de unos medios, como las redes sociales, que ellos no controlan.
Y por si fuera poco lo del “relativismo”, vuelve a insistir: “las redes sociales promueven un estilo de vida, virtual, vacío, de encuentros y relaciones inmersas en la mayor de las incertidumbres”.
Como de las redes sociales los jóvenes de hoy saben un montón, contactaré con mis alumnos y alumnas, puesto que ya les he informado de que los necesito para confeccionar algunos artículos para Montilla Digital. Hablaré y debatiré con ellos para ver sin ya han sentido la “influencia desorientadora del relativismo, o si encuentran que sus relaciones son vacías y están cargados de incertidumbres”. Seguro que habrá sorpresas.
Posdata: Por cierto, el último artículo que escribí para Montilla Digital, Por Eastpark, yo ma-to, lo hemos visto en la clase proyectado en la pantalla y lo hemos leído, junto a los comentarios. Posteriormente, hubo debate. Solo deciros que ha sido una magnífica experiencia, que espero repetir.
AURELIANO SÁINZ