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¡Vente a Alemania, Pepe!

Casi con el mismo titular aparecen hoy en ABC y en El País sendos reportajes que no me resisto a comentar en Montilla Digital. La emigración española en la década de los años sesenta fue muy fuerte. Entre 1960 y 1973 emigraron más de un millón de personas para trabajar de lo que fuera en Europa.

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La situación entre nosotros no era boyante económicamente hablando. Aquella era una mano de obra mayoritariamente no cualificada que aceptaba cualquier trabajo que se le ofertara. Eran tantos los españoles residentes en el extranjero, y no precisamente de vacaciones, que incluso el Régimen enviaba embajadas culturales para que en fiestas señaladas, sobre todo Navidad, aquellos pobres emigrantes no se sintieran muy solos. Posiblemente, algunos de los que leéis este artículo sois hijos de uno de esos emigrantes o tenéis un miembro en la familia que lo fue.

El perfil medio del emigrante era de un varón (84%), casado (70%) y asalariado (45%). La mayoría de ellos vivían en barracones, en condiciones bastante precarias. Eran emigrantes con una idea de transitoriedad. Emigraban para ahorrar y volverse a España, no siendo por lo general, aceptados en los países de destino.

Los focos de emigración salieron de Andalucía, seguida de Galicia, Valencia y Madrid hacia la Republica Federal Alemana (RFA), Francia y Suiza, principalmente. Hubo brotes de xenofobia, sobre todo en Suiza. Los suizos fueron bastante duros con los emigrantes, sobre todo con los españoles y de ello puedo dar fe.

Hoy, si hablamos con cualquiera de esos emigrantes, nos dirán que ciertamente se pasó mal, pero que el tiempo todo lo cura y que desde la lejanía temporal se minimizan los problemas para resaltar lo que de bueno hubo en aquella situación. Es una constante del ser humano: la de olvidar lo malo y recordar lo bueno.

La financiación del desarrollo económico español se llevó a cabo gracias a los emigrantes. La emigración española de aquellos años aportó una considerable cantidad de divisas a las arcas familiares y, de paso, a las estatales. Aquella emigración cumplió los sueños de muchos de nuestros conciudadanos: poner un negocio, hacerse una casa, darle estudios al hijo o a la hija para que no pasaran las dificultades que ellos pasaron y fueran alguien en la vida... Pero pagó un precio muy alto a costa del desarraigo de los emigrados que ocuparon los peores puestos de trabajo.

Y el nivel económico de España creció, al igual que el cultural. Muchas fueron las circunstancias que colaboraron en este sentido y cuyo relato y/o análisis escapan de estas líneas. Y vinieron años de bonanza, con crisis económicas intercaladas, pero que no fueron tan devastadoras como esta última que estamos padeciendo y a la que por más que se empeñen los poderes públicos, aún no le vemos la cola. Eran otros tiempos...

La historia se vuelve a repetir cincuenta años después: "La canciller germana, Angela Merkel, planteará en breve en Madrid [por el próximo jueves] la posibilidad de que jóvenes españoles cualificados y en paro se trasladen a Alemania para trabajar, avanzó hoy la revista Der Spiegel.

De esta manera, el Ejecutivo alemán pretende resolver parcialmente su déficit nacional de profesionales especializados y, paralelamente, contribuir a paliar el fuerte desempleo que lastra a España. Pretende "captar a las mejores cabezas" del panorama internacional. Alemania precisa entre 500.000 y 800.000 nuevos empleados especializados”.


Si se cumplen las previsiones, vamos a mandar a Alemania mano de obra cualificada. Es decir, exportaremos emigrantes de primera categoría. Por supuesto que los tiempos han cambiado, que somos miembros de facto de la Unión Europea y ello permite este trasvase de personal.

Tengo que decir con cierto pesimismo que no dejamos de ser los parientes pobres en todos los sentidos. ¡Claro que menos da una piedra! En este sentido dicen los alemanes: "es mejor conseguir fuerza laboral que provenga de Europa, que tener que volver a cambiar las leyes de inmigración", explicó Max Straubinger, miembro de la Unión Socialcristiana (CSU), socio minoritario de la coalición gobernante”. De lo malo, lo menos malo.

Estos modernos “Pepes”, por aquello de ¡Vente a Alemania, Pepe! gozarán de unas circunstancias socio-laborales mejores que sus parientes de la primera gran emigración.

Contribuirán a que baje el índice de desempleo juvenil y, por tanto, descenderán las cifras del paro que ya roza casi los cinco millones. “En España hay unas 840.000 personas de menos de 25 años que está en paro, y el tramo de edad de entre 20 y 24 años es uno de los que más ha notado la subida, con 25.000 jóvenes más apuntados a las listas del paro en los últimos doce meses”. Eso dice la prensa con datos del INEM.

El paro es una lacra en la sociedad actual española y se hace más duro entre los jóvenes. La mayoría de ellos están muy bien preparados, pero no encuentran trabajo. Esta situación de paro es insostenible y podría dar lugar a circunstancias de revueltas. ¿Volveríamos a revivir el Mayo del 68?

Hay algunos problemas más: la marcha de estos jóvenes supondrá una pérdida cualitativa importante para España. Hemos invertido una considerable suma en la formación de estos jóvenes, cuyos beneficios no redundarán en España.

Estos emigrantes, en principio no tienen la necesidad-obligación de mandar dinero a casa. Su trabajo no servirá para aumentar el fondo de la Seguridad Social y, en consecuencia, el Fondo de Pensiones no estará garantizado. Bien es cierto que ellos cobrarán una pensión en el país donde estén, pensión que no se la tendremos que pagar aquí.

De todas formas deben irse. Es duro decir esto, porque deben hacer su vida, realizarse como personas en donde más les convenga. No olvidemos que el mercado de trabajo también se ha globalizado. Por tanto, y a pesar de los pesares, hay que exclamar: ¡Vente a Alemania, Pepe!
PEPE CANTILLO
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