Resulta que las políticas de igualdad y de género forman parte de una estrategia de la Unesco, que el Gobierno socialista sigue a pie juntillas en España, para convertir en homosexuales a media Europa. Eso es lo que afirma con una rotundidad canóniga un reverendísimo padre de la Iglesia católica, apostólica y romana, el mismo que quiere cambiar de nombre a la Mezquita, que conoce el plan divino para la creación de las especies y no duda en denunciar las desviaciones que los hombres cometen al tratar de modificar ese diseño tan preclaro para el prelado.
El obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, considera que tratar a la mujer como a un ciudadano cualquiera, sin más privilegios pero sin ninguna discriminación que un hombre, es un complot urdido por la Unesco, donde habita seguramente el diablo desde que Obama, otra desviación del orden natural del poder, ocupa la Casa Blanca en una contradicción cromática tan impropia como un varón con faldas.
El texto de la homilía sería motivo de risa si no fuera porque la Eminencia que la pronuncia se considera en posesión de la Verdad absoluta, en conexión directa con una deidad sobrenatural, y es representante legal de una organización terrenal que, no sólo tiene la exclusividad de interpretar los mensajes divinos, sino que pretende imponer su criterio incluso a los que no comulgan con sus órdenes.
Según el obispo cordobés, que se adhiere a la teoría conspirativa del cardenal Antonelli, prelado para la “familia” del Papa, la ONU quiere convertir en homosexual a la mitad de la población mundial en tan solo veinte años. Y lo hace a través de la ideología de género, que ya se imparte a los niños de nuestras escuelas, donde están expuestos a que sus inocencias sean mancilladas por tales peligros.
De la pederastia, en la que están envueltas tantas Eminencias, aún no ha escrito ningún sermón este vigilante de la ortodoxia sexual divinamente ejercida. De la discriminación de la mujer dentro de la Iglesia, relegada por una curia varonil a imagen y semejanza de su visión del mundo, tampoco.
De la propagación de enfermedades por impedir el uso de pecaminosos preservativos en las relaciones sexuales, viciadas por sus afanes placenteros y no reproductivos, ni “mu”. De los escándalos de unas finanzas vaticanas opacas, bancos ambrosianos y suicidios incluidos, ni media palabra. De la connivencia eclesial con regímenes, dictadores y terroristas que sólo respetan a quienes visten sotanas, ni siquiera una plegaria.
Para el obispo y su empresa, el problema son las sociedades que asumen la dirección de su propio destino, que organizan su convivencia en virtud de acuerdos democráticos y en soberanía con las decisiones mayoritariamente expresadas, que buscan la igualdad entre sus miembros y el beneficio de todos, que apuestan por la libertad y la justicia, y donde el conocimiento es fruto de la razón y la ciencia, no de textos de dudosa procedencia e interesada interpretación, pero que respeta las creencias en el ámbito privado de las personas.
Una sociedad así tiende peligrosamente hacia la homosexualidad para el macho obispo cordobés. Y ello es deplorable: que eso lo piense y lo escriba un alto cargo eclesiástico.
El obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, considera que tratar a la mujer como a un ciudadano cualquiera, sin más privilegios pero sin ninguna discriminación que un hombre, es un complot urdido por la Unesco, donde habita seguramente el diablo desde que Obama, otra desviación del orden natural del poder, ocupa la Casa Blanca en una contradicción cromática tan impropia como un varón con faldas.
El texto de la homilía sería motivo de risa si no fuera porque la Eminencia que la pronuncia se considera en posesión de la Verdad absoluta, en conexión directa con una deidad sobrenatural, y es representante legal de una organización terrenal que, no sólo tiene la exclusividad de interpretar los mensajes divinos, sino que pretende imponer su criterio incluso a los que no comulgan con sus órdenes.
Según el obispo cordobés, que se adhiere a la teoría conspirativa del cardenal Antonelli, prelado para la “familia” del Papa, la ONU quiere convertir en homosexual a la mitad de la población mundial en tan solo veinte años. Y lo hace a través de la ideología de género, que ya se imparte a los niños de nuestras escuelas, donde están expuestos a que sus inocencias sean mancilladas por tales peligros.
De la pederastia, en la que están envueltas tantas Eminencias, aún no ha escrito ningún sermón este vigilante de la ortodoxia sexual divinamente ejercida. De la discriminación de la mujer dentro de la Iglesia, relegada por una curia varonil a imagen y semejanza de su visión del mundo, tampoco.
De la propagación de enfermedades por impedir el uso de pecaminosos preservativos en las relaciones sexuales, viciadas por sus afanes placenteros y no reproductivos, ni “mu”. De los escándalos de unas finanzas vaticanas opacas, bancos ambrosianos y suicidios incluidos, ni media palabra. De la connivencia eclesial con regímenes, dictadores y terroristas que sólo respetan a quienes visten sotanas, ni siquiera una plegaria.
Para el obispo y su empresa, el problema son las sociedades que asumen la dirección de su propio destino, que organizan su convivencia en virtud de acuerdos democráticos y en soberanía con las decisiones mayoritariamente expresadas, que buscan la igualdad entre sus miembros y el beneficio de todos, que apuestan por la libertad y la justicia, y donde el conocimiento es fruto de la razón y la ciencia, no de textos de dudosa procedencia e interesada interpretación, pero que respeta las creencias en el ámbito privado de las personas.
Una sociedad así tiende peligrosamente hacia la homosexualidad para el macho obispo cordobés. Y ello es deplorable: que eso lo piense y lo escriba un alto cargo eclesiástico.
DANIEL GUERRERO